Rock en el Tropicana
Se concreta para el 25 de este mes el concierto de los Rolling Stones en La Habana, salvo gripe de algún músico, que están todos en edad de achaque, aunque con poco achaque. Jagger parece que hubiera entrenado toda la vida para ser Mick Jagger, ya con más de setenta palos. El concierto en La Habana es gratis para el gentío, que va en un subidón de entusiasmo, y se comprende. No hay público mejor, para la música o la poesía, que el público cubano. La ocasión es histórica, y grandiosa, e inolvidable. Quién estuviera allí, carajo. Acudirán generaciones diversas. Los Stones siguen teniendo una diabólica pegada, el relámpago único de cuando fueron un peligro, una banda “implacable como un asesinato”, que creo que dijo Patti Smith. Las multitudes que hacen cola para un concierto de los Stones están esperando, en rigor, para verse a sí mismas, porque la espera de acudir a los Stones es la espera perpetua de la propia vida, que se ha abierto paso a dentelladas de sus canciones. No vamos a ver a los Stones sino a vernos a nosotros mismos. Esto va a pasar en La Habana, y ha pasado en el resto del mundo. Jagger ha cumplido todas las edades de la delgadez y su estampa, década a década, póster a póster, se sostiene hoy con un decadentismo espléndido, cuando ha sido rebeldía de la moda y de la norma, que casi viene a ser lo mismo. Me aseguraba Umbral que la fealdad se cura con los años, y eso le ha pasado a Jagger, y a los suyos, que hoy son tan diablos como viejos. Jagger, en concreto, fue un cara y es una cara. Algún día le titularon Caballero de la Orden del Imperio Británico, pero eso no le da elegancia mayor que alguna de sus frases, más propias de embustero profesional que de sincero entrevistado: “No sé de qué marca es mi chaqueta”. Más nos gusta para él el título de siempre: “Satánica majestad”. Para él y sus chicos. Majestad, o majestades, aún quedan. Satanismo, ya menos. Puede pasarle incluso a un Rolling Stone. Casi mañana mismo regalan rock bajo las palmeras del Tropicana.
1978 | María Luisa San José
Está ahí, en lo alto de las maravillosas mejores del destape, pero María Luisa San José no ha sido solo una belleza perturbadora de aquella época, y de todas, sino una inteligencia rubia que ha logrado pervivir de actriz, a pesar de las exigencias del guion. Queremos decir que cumplió la temporada de figurar en el reparto nacional de las desabrochadas, allá por los 70 del desmelene, y luego siguió a lo suyo, que no era sacar el muslo de jabugo sexual en la escena sino más bien no sacarlo. De modo que hizo Los nuevos españoles, Más fina que las gallinas y Cuando Conchita se escapa no hay tocata, pero también Pajarico, de Carlos Saura. Ha sobrevivido a su belleza. Que fue tanta.
Comentarios recientes