Retrato de un (presunto) asesino (y II)
Santiago del Valle se desdijo y negó tener nada que ver con la muerte de Mari Luz Cortes ante la forense que lo examinó en julio | Asegura que la Policía le forzó a inventar “una declaración creíble” amenazándole con matar a su mujer y ofreciéndole dinero | Es megalómano, ególatra y autosuficiente según su último informe psicológico
“Hola Irene. Vivo en Gijón, Asturias, pero antes vivía en Sevilla capital. Vi tu anuncio en la revista Bravo y me he decidido a escribirte, me gustaría que fuéramos amigos. Dime cómo eres, qué haces, qué estudias. Me gustaría que, si puedes, me mandaras una carta con una foto tuya, claro, si tu quieres, te doy mi móvil para que nos mandemos mensajes de texto [—]. Yo soy simpático, leal, formal, amable, cariñoso, sincero y me gusta hacer reír y mi dirección te la pongo en esta carta abajo. Escríbeme pronto. Besitos. Santiago del Valle García“.
Que se sepa, el presunto asesino de Mari Luz Cortés sólo ha sido leal cuando en su declaración exculpó a su hermana Rosa y a su mujer. Y, desde luego, no es sincero. Irene, una niña de Alcalá de Guadaira (Sevilla), nunca contestó a su carta pese a las tiernas pegatinas con las que el el hombre decoró el sobre y a la tonta rima infantil que le dedicó a modo de posdata. Por eso esperó 15 días y volvió a escribirle, esta vez haciéndose pasar por una cría de 11 años. Por si acaso, puso la dirección en mayúsculas e intentó alterar su letra: “Te mandaría mi foto pero no tengo. Si tu tienes y me la quieres mandar yo la tendría como amiga que quiero ser tuya. Contigo ya he escrito a siete niñas. Todavía no me han respondido”.
Más de dos años después, ya preso y acusado del asesinato de la última cría a la que quiso tocar, Santiago del Valle recordó sus hazañas y se rió. Lo cuenta la forense que lo examinó los días 23 y 28 de julio. Su testimonio, un estudio de siete páginas sobre la psicología, historia vital, capacidad intelectual y personalidad del presunto asesino, figura en el sumario que se instruye por el asesinato de Mari Luz Cortés, al que ha tenido acceso ADN.es.
“No se quién coño se lo dijo”
Santiago del Valle, paranoide y esquizofrénico, vio por primera en mucho tiempo a un psicólogo el 1 de abril, un día después de su entrada en prisión. Tenía que evaluar su estado mental y anímico para determinar si era necesario incluirle en el programa de prevención de suicidios. No hizo ninguna falta. El pederasta “asume la autoría de la muerte de la niña”, escribió el perito. “Analiza los hechos con notable distanciamiento emocional”. Aquel hombre no estaba afectado “ni por su gravedad ni por la convulsión social generada”. En el baremo que llaman Escala de Desesperanza, el preso obtuvo siete puntos. El máximo es 20.
Después de aquella vez, Del Valle siempre ha negado ser el autor del crímen. Nunca lo ha vuelto a reconocer.“La Policía me dijo que me inventara una declaración que resultara creíble”, le dijo a Ana Isabel Sánchez, la forense que lo examinó en julio. Aseguró que le amenazaron con matar a su mujer y le ofrecieron dinero para que la firmara. No entendía cómo era posible que la familia Cortés conociera sus antecedentes de abusos a menores, hasta el punto de entrar en su casa tirando la puerta abajo la misma tarde que Mari Luz desapareció, poniéndole así en bandeja a la policía al sospechoso que necesitaba. “No se quién coño se lo dijo”.
Megalómano, ególatra y manipulador
Mientras hablaba con la psicóloga, Del Valle se contradijo varias veces. Su discurso, a ratos, se vaciaba de contenido. Ana Isabel Sánchez no lo encontró simpático, ni formal, ni amable, ni cariñoso, sino megalómano y ególatra, manipulador y victimista. También autosuficiente e impulsivo, una actitud que le hizo fallar algunas de las pruebas del test de inteligencia al que fue sometido. El resultado (un coeficiente intelectual de 82) esconde una capacidad de compresión y expresión verbal (93) mucho mejor que su habilidad para entender o expresarse con imágenes o materiales (73). No padece ningún retraso mental.
Los resultados del primer test de personalidad que le hicieron esos días no son válidos ni fiables, por su “inconsistencia en las respuestas” que planteó de forma “azarosa” o “exagerando”. Antes que contestar con sinceridad, Del Valle prefirió “fingir enfermedad y/o exagerar sus problemas o sus propios desajustes”. Los forenses usan un baremo llamado Escala de Disimulación de Gough para diferenciar entre sujetos que simulan síntomas de carácter neurótico, pacientes con síntomas genuinos y población normal. Santiago no lo pasó.
Tras una segunda prueba de personalidad diferente, tampoco se detectaron en el presunto asesino rasgos esquizotípicos, límites o paranoides. Pero si síntomas de una “vigilante desconfianza hacia los demás y una actitud defensiva tensa ante la anticipación de las críticas y los engaños”.
“Nos encontramos ante una persona que presenta tensión e inquietud, y también altibajos del ánimo y del humor, en los que puede cambiar de opinión y de sentimientos con mucha frecuencia”. La forense tampoco descarta “la aparición de alucinaciones o delirios”, que él dice no haber tenido desde hace muchos años. Santiago es alguien “con penetrante sentido de ser incomprendido y aislado por los demás. También son notables sus conductas retraídas, solitarias y secretas”.
Socarrón y burlón
El presunto asesino de Mari Luz siguió frío cuando le mencionaron a la niña. También cuando tuvo que contar la historia de su vida, incluidos los abusos a los que (según él) le sometió el mayor de sus hermanos que no quiso detallar por “vergüenza”, o eso dijo. No se alteró tampoco al recordar a su hija, que no ve hace diez años, cuando la Junta de Andalucía se la llevó de la casa donde su padre abusaba de ella mientras su madre miraba. Frío. Pero al “rememorar sus contactos con algunas menores”, comenzó a mover repetitivamente las piernas. Apareció en su cara una “contínua sonrisa”. Su actitud cambió a “socarrona y burlona”.
Dice Santiago del Valle que, en toda su vida, sólo ha tenido relaciones sexuales con penetración con su mujer “y con una chica de 14 años entre octubre y diciembre del año pasado”. Aquella chica, dice Santiago, estaba “enamorada de él”. Y él se acostaba con ella “sin pensar en la edad que tenía”.
Pero las niñas más pequeñas le ponían nervioso. Reconoce que, al encontrárselas por la calle, les tocaba el culo y la cara. Negaba que fuera abuso. Y lo contaba “con hilaridad y sarcasmo”, escribe la psicóloga. Santiago del Valle, siempre frío, siempre tratando de sacar partido de la situación, pensaba en las “niñas chicas” a las que había tocado el culo. Y se reía.
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