Quién escribe los libros de nuestros políticos
Las librerías españolas se han atiborrado este otoño de libros firmados por expresidentes del Gobierno. Ninguno de ellos es una obra maestra de la literatura, y eso a pesar de que han contado con la ayuda de profesionales para escribirlos.
El boom editorial de memorias y de reflexiones en torno a la actualidad esconde en muchas ocasiones amplios equipos que son los que hacen posible que la obra salga adelante, aunque nadie quiere hablar de negros o ghostwriters. ¿Alguien imagina a José María Aznar o a José Luis Rodríguez Zapatero frente al ordenador mientras escarban en su memoria para dar forma a un libro? ¿Alguien piensa que cualquiera de ellos van tecla a tecla llenando páginas de Word, acaso echando mano de un colaborador para completar un recuerdo parcial, pero siendo ellos, en persona, los que asumen la ingente tarea de escribir un libro de memorias o reflexiones políticas sin ayudas externas? Aunque sea casi un secreto de Estado, nuestros políticos se rodean en algunos casos de auténticos equipos para abordar sus tareas editoriales, circunstancia que no es, ni mucho menos, privativa de España y que en otros países han acabado admitiendo no sin algunos escándalos previos.
Términos como negro literario o el ghostwriter –“escritor fantasma” en la terminología anglosajona– tienen la suficiente carga negativa como para que la mera insinuación de que hay alguien más tras el autor se considere motivo de denuncia. No debiera ser así. Nadie pretende que Aznar y Zapatero, pero también Pedro Solbes o Felipe González, por poner ejemplos muy recientes, sean, además de destacados políticos, escritores avezados que se encierran en la soledad de sus despachos sin que nadie les eche una mano para dar forma a sus recuerdos, que es lo realmente importante del libro . Otra cosa es que, al final, la mayoría de estas obras se conviertan en un ejercicio de justificación que uno aprovecha para explicar una serie de decisiones incomprendidas y contestadas en su tiempo. Un acto autorreivindicativo en el que no pocas veces se disfraza o distorsiona la fea realidad del momento, pero que tiene el valor de revelar parte de la intrahistoria desconocida para los ciudadanos. No pocas veces la clase política busca a través de estos ejercicios de memoria o reflexión que les absuelva la historia.
También puede servir en algunos casos para asumir culpas, cosa poco habitual pero que sí ha hecho Rodríguez Zapatero con El dilema. 600 días de vértigo (Planeta), que ha presentado recientemente en el Círculo de Bellas Artes de Madrid junto al ex primer ministro británico Tony Blair. Blair es otro autor de éxito con un libro de memorias, A journey, de 700 páginas tras las que, según aseguró en su momento, no hubo la mano de ningún negro, sino que estaban redactadas de su puño y letra, se supone que entre conferencia y conferencia por todos los rincones del mundo. Zapatero reconoció errores, como no detectar la crisis económica cuando ya estaban encendidas todas las luces de alarma o reventar mal y tarde la burbuja inmobiliaria, lo que provocó en España una tormenta perfecta, aunque, en contra de lo que defiende su admirado Barack Obama, no comparte que admitir los fallos en política sea “equivocarse dos veces”.
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