Presidenta
12 de Junio de 2009 | Espido Freire
Quizás hoy algunos se rían cuando lean que he dejado de ser presidenta de mi comunidad de vecinos. Quizás algunos me comprendan cuando sepan que, durante los últimos seis años, muy a mi pesar, he sido responsable de su dinero, su ascensor, sus indeseados gastos. Las series de televisión quizás han caricaturizado el ansia de poder de los adictos al poder en las escaleras. Pero es digno de compasión quien, como yo, sin comerlo ni beberlo, ha de decidir entre presupuestos, coberturas, quienes deciden si la piscina será patrimonio de todos, o no. Si es más importante la luz o el agua.
Quizás hoy me libre de la sensación de dar cuentas a alguien, de regatear temas que, de ser míos, aceptaría a la primera, de las reuniones desiertas, del administrador con rostro impasible, del ascensor, que hay que cambiar, pero no resulta rentable. Y cada día el paso por las mismas escaleras, el mismo portal lentamente en decadencia para llegar a mi casa, a mi cama. A mi intimidad.
Quizás algo parecido a esto sea el gobierno de un país mediterráneo, que sin calor ni frío ha sobrevivido. Pobre vivido. Con la sensación de para qué hacer nada, si la vida continúa tras los pequeños problemas, sin más ansia que solucionar lo inmediato: el miedo, los intereses mezquinos de una terraza o un portal despejado, el dolor casi físico cuando se descubre una pintada bastarda en el portal.
Quizás este año vea de otra manera la realidad, con la mirada fija en lo que otros hacen, como hacemos todos con todos los Gobiernos.
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