PREMIOS PRINCIPE DE ASTURIAS “Hay que perder el miedo a las fronteras” dice Claudio Magris
El ensayista y escritor italiano Claudio Magris, que recibirá mańana el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, centró su discurso de ayer en Oviedo sobre uno de sus temas más recurrentes: la frontera. El autor de Danubio , reconocido europeísta y defensor de los pequeńos nacionalismos, transita tenazmente los límites del ensayo y la ficción en su obra, siempre ligada a la naturaleza indefinida de su nativa Trieste. El lugar que le ha enseńado, dijo, “que la frontera puede ser un punto de encuentro estimulante y fecundo, o un infierno, una sinrazón en donde los vecinos no se reconocen. Admito su necesidad –ańadió–, siempre que sea flexible y que no se idolatre, porque entonces es cuando se derrama la sangre”.
Magris recordó que en Trieste “la frontera del muro de hierro” le separó cuando era un nińo (después de la segunda guerra mundial) “del desconocido mundo de Stalin”, pero descubrió que “esas tierras tan lejanas como cercanas” le eran en realidad familiares. “Las fronteras son también psicológicas e invisibles. Y a veces es necesario reconstruirlas o superarlas. Y, sobre todo, perderles el miedo”.
COPISTA DE LA REALIDAD Magris ha articulado en su trabajo académico –como germanista– y narrativo un espacio de la construcción común y el tránsito. Ya su primer trabajo, El mito habsbúrgico en la literatura austriaca moderna , resultó un rico híbrido de estudio filológico y fresco cultural –instrumento crítico de prolongación del mito– y contribuyó al redescubrimiento del espacio literario mitteleuropeo en un tiempo de fracturas.
En gran parte su tarea académica –inicialmente en Turín, actualmente en Trieste– se ha centrado en la reubicación y rehabilitación de ese espacio como eje cultural de una tradición transversal. Ayer declaró que para él, “la escritura es un pequeńo acto de amor, y, cómo tal, a veces hiere”.
Se autodefinió como “un copista de la realidad”, consciente de que “la palabra siempre hiere y trasciende. Ahí está la bendición y la maldición del escritor”. Y contó una anécdota para reforzar esta idea: “Un pescador de una pequeńa isla del Adriático me contó una historia que escribí en el Corriere della Sera . Al ańo siguiente volví a verle y me contó su historia de nuevo, pero utilizando mis palabras, una por una, porque un vecino le había dado mi artículo. Mi vanidad hizo que le desvelara que yo firmaba ese escrito. Ah, vale, contestó indiferente. El se consideraba el autor”.
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