Portugal en estado de pánico
El Gobierno luso ha hecho todo lo que pedían los mercados financieros, pero las cifras han empeorado y la situación se ha vuelto insoportable.
Mi vecino de la mesa de al lado en el café Nicola de la plaza del Rocío de Lisboa, al saber que era español, se vuelve hacia mí y me dice: “Está bien que ustedes viajen a Portugal para saber cómo van a ser las próximas escenas de su película, serán las nuestras de ahora. Ustedes viven en estado de miedo y nosotros ya vamos por situaciones de pánico, y nos dicen que la cosa está empezando”. Seguimos charlando, es anticuario, tenía dos tiendas de antigüedades, una en Lisboa, la otra en Oporto, ha cerrado la de Oporto y la de Lisboa languidece. Me explica que nunca tuvo tanta oferta de mesas, cuadros, imágenes de santos, sillas de época e incluso camas de plata y una interminable ristra de utensilios y joyas antiguas. Familias no hace mucho ricas y acomodadas buscan unos euros por su venta, pero no puede pagárselos porque el mercado está parado y no les da salida. Al despedirse añade: “Las medidas que están tomando los políticos contra la crisis nos están llevando a la miseria. Tengo santos para llenar dos catedrales, pero nadie me da un euro por ellos. La gente ya no espera milagros”.
Parece que nadie se salva de esta crisis, solo los muy ricos se hacen cada vez más ricos. La crisis en Portugal comenzó mucho antes de que saltaran por los aires las instituciones financieras en Estados Unidos y se contagiara a Europa y con especial crudeza a los países mediterráneos. La crisis en Portugal apareció hace doce años, cuando el crecimiento económico se estancó en el 1%. Se vivía regular, pero se vivía. Desde que llegaron los hombres de negro del Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Unión Europea imponiendo unas condiciones draconianas para soltar los 78.000 millones de euros que necesitaban para hacer frente a los intereses de su deuda y asegurar a los mercados su voraz rentabilidad, sobrevivir se convirtió en una aventura y en una proeza.
Tanto los hombres de negro de esas instituciones como las agencias de rating y sus ventrílocuos portugueses pusieron énfasis en que la crisis era mucho más fuerte de lo que se decía. Ya se sabe que cuando las agencias de rating anuncian un futuro de miseria para un país se cumple inexorablemente, ya que el solo anuncio estimula el apetito de los tiburones de los mercados, con los que comparten estrategias y beneficios. Los políticos portugueses empezaron a aplicar con resignación y a veces entusiasmo las recetas que les dictaban, que siempre son las mismas, ya que los mercados son insensibles a las diferentes realidades, tanto culturales como políticas y económicas. Los mercados recurren a la objetividad para estrujar con intereses altísimos a los países en dificultades, mientras entregan a los países ricos montones de dinero a coste cero. Objetividad aséptica. Las agencias de rating manipulan la realidad financiera para proporcionar a sus clientes altas rentabilidades. Señalan al país que conviene ahorcar y comienzan asfixiándolo.
El guion de la austeridad.
Desde hace casi año y medio, Portugal viene cumpliendo con un rigor esquemático el guion de la austeridad, que genéricamente se ha reducido a: privatizaciones de lo que quedaba del sector financiero y empresarial del Estado, precarización del trabajo, recortes brutales en los servicios y subvenciones públicas, recortes en pensiones, en salarios y, por supuesto, eliminación de la paga de Navidad. ¿La paga de Navidad? ¿Qué les dice a los chicos aventajados del FMI, a los brillantes economistas del BCE o a los altos funcionarios de la Unión Europea lo de la paga de Navidad en Portugal? Nada. Al ritmo de los recortes la sanidad terminará convirtiéndose en un servicio residual.
Se hizo todo lo que pedían los mercados, pero una vez que se hizo todo, las cifras empeoraron y la situación se ha vuelto insoportable. A pesar de todo, el Gobierno del derechista Passos Coelho sigue el camino de los recortes, que a la larga se revelan más inútiles porque la economía se paraliza. El economista y sociólogo Manuel de Oliveira ha escrito que las medidas de contención de los Presupuestos están teniendo un impacto negativo mayor de lo previsto. Por cada euro que se recorta en el gasto público o que se aumenta en impuestos, el PIB perderá cincuenta céntimos. La economía pierde más de lo que el Estado gana. La afirmación que más se repite en Portugal es: “Todos nos damos cuenta de que la austeridad sin contrapartidas es contraproducente y lleva a la ruina, menos Passos Coelho y la señora Merkel”.
A principios de septiembre el primer ministro anunció que para equilibrar las cuentas se vería obligado a bajar un 7% todos los salarios. Era demasiado y fue cuando el pueblo portugués, al margen de los partidos y los sindicatos, a través de lo que se llama sociedad civil y utilizando como altavoces las redes sociales, salió masivamente a la calle, gritó contra los gobernantes y empezó a decir basta. El pueblo portugués, tradicionalmente manso y resignado, se está levantando, ha llegado al límite porque ve que los pobres han caído a un estado de miseria y los que antes se consideraban clase media ahora se ven sumidos y sometidos a la pobreza. Si uno pasea por Lisboa, incluso por barrios considerados antes de clase media y alta como los alrededores de la Avenida da Liberdade, puede ver cómo desaparecen negocios que fueron boyantes, mientras que los que siguen viven en una quietud desoladora. No se mueve nada, ni euros ni mercancías. Eso sí, cada vez se pagan más impuestos, pero el Estado recauda menos porque son menos a pagar y por lo que pagar.
Dos expresidentes han puesto voz a la indignación popular y al reproche al Gobierno. El histórico Mario Soares ha declarado a una emisora francesa: “El Gobierno portugués es más papista que el Papa, solo hace burradas todo el tiempo, un día dice una cosa y otros otra. La Troika pide recortes de un millón y el Gobierno dice: ‘No, el recorte va a ser de dos millones”. El ponderado Jorge Sampaio, viendo el creciente deterioro de la situación, ha manifestado sin rodeos que “ya todo el mundo sabe que esto no funciona. Esta austeridad va a reventar el país, va a reventar la esperanza de la gente y va a terminar por reventar la democracia en Portugal”. Palabras realmente graves, pero que responden a la situación extrema que vive el país, y las reacciones de un pueblo en estado de pánico son imprevisibles.
Los empleados públicos eran en cierta manera unos privilegiados, tenían un buen pasar y ahora se consideran trabajadores pobres, un fenómeno nuevo, pero que está ahí, ya que les han recortado los sueldos y, al igual que los trabajadores de otras empresas, corren el peligro de irse a la calle. La calidad de los servicios públicos ha bajado, para comprobarlo basta con subir a los medios de transporte. Es lógico, bajan las nuevas contrataciones o se congelan, mientras la demanda de servicios aumenta. Parece ser que el profesor, político y comentarista de televisión Marcelo Rebelo da Sousa piensa rodar un filme sobre el retablo de la dramática situación portuguesa para que los alemanes y otros ciudadanos del norte de Europa vean los impuestos que pagan y los enormes sacrificios que soportan los que antes llamábamos clase media.
Siempre nos dicen eso de que vivimos por encima de nuestras posibilidades, pero, ¿quién vive por encima de sus posibilidades? Podemos señalar a algunos, a los que cobran el 11% de los intereses de la deuda portuguesa. El próximo mes de noviembre volverán los visitadores de la Troika y al analizar la austeridad de las cuentas le darán palmaditas en la espalda al Gobierno mientras le dicen: “Vais bien, pero hay que seguir apretando”. Hay que asegurar la alta rentabilidad de los prestamistas.
Al ver lo de Portugal parece que estemos viendo las escenas futuras de nuestra película. En cierta manera ya las estamos viendo.
aspalomares@aspalomares.com
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