Portugal: el desafío de la izquierda
Los presupuestos del nuevo Gobierno del socialista Antonio Costa, surgido contra pronóstico, ponen fin a la política de austeridad sin renunciar a cumplir las exigencias de Bruselas respecto al déficit y la deuda pública
Las dos formaciones de la derecha portuguesa, el Partido Social Demócrata (PSD) y el Centro Democrático social (CDS), se presentaron en coalición a las elecciones generales de octubre. La noche electoral celebraron su victoria por todo lo alto, con brindis, cantos y alegres caravanas de coches recorriendo las ciudades del país, especialmente en la capital, Lisboa. La coalición había logrado 107 diputados, 21 más que los socialistas, que habían conseguido 86. Quedaban a 8 diputados de la mayoría absoluta, pero disponían de una confortable minoría mayoritaria para formar Gobierno. Los socialistas se resignaron a la derrota e incluso empezaron a buscar un sucesor a su derrotado candidato, Antonio Costa.
Al día siguiente comenzaron las reflexiones sobre los resultados, la izquierda había ganado por una confortable mayoría absoluta si se sumaban a los socialistas los votos del Bloco de Esquerda, del Partido Comunista y de los Verdes. Sin embargo, los que apuntaban este hecho no eran demasiado optimistas: la historia de la izquierda portuguesa se ha tejido a base de desencuentros, enfrentamientos y tensiones. El presidente de la República, Aníbal Cavaco Silva, designó al líder del PSD y primer ministro en funciones, Pedro Passos Coelho, para formar el nuevo Gobierno, que tomó posesión el 30 de octubre con un programa político continuista, es decir, seguir aplicando las políticas de rigurosa austeridad impuestas desde Bruselas.
Mientras tanto, el socialista Antonio Costa se había movido en una apuesta arriesgada, negociando de manera incansable con el Bloco de Esquerda y el Partido Comunista. Ambas partes tuvieron que hacer muchas renuncias. El Bloco y el Partido Comunista tuvieron que renunciar a sus grandes principios programáticos como la salida de la OTAN, del euro y a que les perdonaran el 60% de la deuda. Cualquiera de estas exigencias hacía inviable el acuerdo. Renunciaron. Cuando el pacto estaba maduro y minuciosamente atado, Antonio Costa presentó una moción parlamentaria que derribó al Gobierno, con solo 10 días de vida. El Ejecutivo de Passos Coelho tiene el récord de la brevedad en la larga historia del país.
Sutilezas lingüísticas. Costa hablaba de un nuevo paisaje político y se ofrecía para formar Gobierno. No era un ofrecimiento que entusiasmara a Cavaco Silva, pero le quedaban pocas opciones. Es cierto que podría mantener el Gobierno en funciones con la obligación de convocar nuevas elecciones, pero Portugal no estaba para nuevos comicios, según la opinión más generalizada. Iba contra los intereses del país. En esta coyuntura, señaló a Costa para formar Gobierno. Obsérvese el detalle lingüístico, a Passos Coelho lo “indigitou” (lo designó), en cambio a Costa solo lo “indicou” (lo señaló). No importaba, aquella misma tarde Costa le presentaba la lista de los 17 ministros de su Ejecutivo, de los cuales solo cuatro eran mujeres, entre ellas, la primera negra de un Gobierno portugués, Francisca Van Dunem, como ministra de Justicia. Para la cartera de Finanzas eligió a Mario Centeno, independiente, doctor en Ciencias Económicas por la Universidad de Harvard, especialista en el mercado laboral y partidario del contrato único. Un técnico de izquierdas. Para Economía eligió al veterano José Vieira da Silva, esta es la tercera vez que forma parte de un Gobierno. Los otros partidos de izquierda no han querido entrar en el Ejecutivo, lo apoyarán desde fuera con la condición de negociar cada ley y cada partida económica. El secretario general del Partido Comunista ya ha advertido: “No le daremos a Costa un cheque en blanco”.
Lo más urgente para el Gobierno de Costa es elaborar los nuevos presupuestos, van con mucho retraso ya que debían haberse presentado en Bruselas el pasado día 15 de octubre, lo que, dadas las circunstancias políticas resultaba imposible. La filosofía de estos presupuestos es el reverso de los de la derecha, renuncian a la austeridad con unos planteamientos más expansivos y menos rigoristas con los sacrificios de los ciudadanos. Los presupuestos que se presentarán a la Asamblea han sido elaborados bajo la mirada atenta de los partidos que le prestan apoyo parlamentario.
El primer debate está siendo sobre el salario mínimo, que actualmente es de 505 euros: los comunistas quieren subirlo a 600 y los del Bloco de Esquerda, a 535 en un primer momento. Los nuevos presupuestos ponen fin a los recortes salariales de los funcionarios que ganan más de 1.500 euros, también actualizarán las pensiones y concederán ayudas sociales a los jubilados en riesgo de pobreza. El IVA de los restaurantes bajará del 23% al 13%. Se suspenderán las privatizaciones de empresas como la de la compañía aérea TAP y de los transportes públicos de Lisboa y Oporto. A pesar de estos planteamientos presentarán a la Asamblea unos presupuestos donde prevén cerrar 2016 en el 2,8% de déficit, menos del 3% que exige Bruselas, y bajar la deuda del 130% al 124%. Si lo logran se comprobará que para la salida de la crisis no era necesario el austericidio al que han estado sometidos los portugueses. A finales de enero habrá elecciones presidenciales.
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