Pasiones políticas
Se puede someter la pasión al pensamiento crítico, pero cunde la idea de que las situaciones complejas no pueden ser analizadas por el pensamiento lógico, sino por el emocional.
En las últimas semanas, el panorama español ha estado protagonizado por la consulta catalana y por Podemos. Dos movimientos guiados por emociones. En un caso, por la pasión nacionalista; en el otro, por la indignación, que es la furia ante la injusticia. Siempre me ha interesado el componente pasional de la política.
Sin duda, Herodoto exageraba al decir que “la historia es una sucesión de venganzas”, pero no exageramos al decir que las pasiones humanas son el motor de la historia y de las culturas. George Lakoff, un distinguido psicólogo y lingüista de la Universidad de Berkeley, ha publicado The Political Mind, un libro cuyo subtítulo es Por qué usted no puede comprender la política americana del siglo XXI con un cerebro del siglo XIX. La mayor parte de las opciones políticas, afirma, se toman de manera inconsciente, emocional, por lo que es urgente conocer cómo trabaja realmente nuestro cerebro cuando se ocupa de temas políticos. Desde hace muchos años, los psicólogos estudian lo que denominan “estilos de atribución”. Simplificando mucho: unas personas piensan que ellas controlan su comportamiento, mientras que otras piensan que es el entorno social el que determina el comportamiento de los individuos.
Los primeros suelen tener preferencias políticas liberal-conservadoras, mientras los segundos suelen tenerlas socialistas. Algo parecido sostiene Drew West, un psicólogo político de la Universidad de Emory, que ha publicado The Political Brain, un libro cuyo subtítulo es El papel de las emociones en el destino de una nación. Con unos colegas puso en marcha en 2004 una investigación para saber cómo funciona el cerebro de los miembros de un partido. Llegaron a la conclusión de que pocas personas se afilian tras un proceso racional. Sucede en política algo parecido a lo que Keynes afirmaba sobre la economía. Creía que la complejidad e imprevisibilidad del mundo económico hacía que muchas decisiones fueran tomadas por los “animal spirits”, es decir, por las emociones.
Parece que la solución está en librarse de las pasiones, pero no es tan sencillo. La pasión sin la razón es ciega, pero la razón sin la pasión es paralítica. ¿Qué solución nos queda? Hirschman pensó que lo mejor era sustituir las “pasiones políticas”, que son violentas, por las “pasiones comerciales”, que son dulces. No lo veo nada claro, porque las pasiones económicas se han hecho también violentas.
Otra solución posible es someter la pasión al pensamiento crítico, pero cunde la idea de que las situaciones complejas, con demasiadas variables, no pueden ser analizadas por el pensamiento lógico, sino por el emocional. Esto puede funcionar, siempre que las emociones sean de fiar. Un objetivo de la educación política debería ser fomentar las “emociones fiables”, pero esto lo explicaré otro día.
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