Pasión por la empresa
Aumenta la migración de los políticos a la empresa privada. Un buen número de exministros socialistas y la mitad de los que tuvo José María Aznar ejercen ya como consejeros o altos ejecutivos en compañías de gran tamaño.
Casi no hay semana últimamente en la que no se produzca el paso de algún exministro o secretario de Estado a la empresa privada, o del reforzamiento de su cartera de consejerías independientes con un nuevo puesto, casi siempre en empresas del selectivo índice bursátil español Ibex 35. Las últimas dos incorporaciones, de hace muy pocos días, han sido las de Ana Palacio e Isabel Tocino, ambas exministras con José María Aznar. Las dos van a incorporarse como consejeras independientes en Enagas, empresa propietaria de los grandes gasoductos españoles, que en otro tiempo fue enteramente estatal, pero que ahora solo conserva una participación del 5% de su capital en manos de la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (Sepi). Ana Palacio e Isabel Tocino ya habían dado el salto a la empresa privada con anterioridad. La primera, que fuera ministra de Exteriores en la segunda legislatura de José María Aznar (2000-2004), ya está desde hace tiempo vinculada al mundo de la energía a través de su puesto de consejera en Hidrocantábrico, empresa a su vez controlada por la portuguesa EDP. Isabel Tocino, por su parte, fue ministra de Medio Ambiente durante toda la primera legislatura de Aznar (1996-2000). En la actualidad ya ejerce como consejera independiente en el Banco Santander y en Ence, compañía dedicada a la industria de la celulosa.
En una época en la que la opinión pública y los electores miran cada vez más con lupa la paga de los políticos, la tentación de decir adiós a los sueldos que paga el Estado (de 78.000 a 120.000 euros los más altos), que exigen dedicación plena y capacidad sufridora a prueba de masoquistas, para irse al mundo de la empresa parece imparable. Un consejero relativamente mal pagado se puede llevar entre 120.000 y 500.000 euros al año y el trabajo es mucho menos duro y absorbente que el de un ministro. Una vez cumplidos los plazos de incompatibilidad que impiden pasar a consejos o cargos directivos de empresas que tengan que ver con sus competencias anteriores en el Gobierno, muchos altos cargos buscan acomodo en el sector privado una vez que renuncian a vivir de la política.
Es posible que, como ha confesado el propio Felipe González, consejero de Gas Natural, con el 0,002% del capital, estos consejos pueden ser, sobre todo para los que no tienen competencias claras, algo “aburridos”. Pero no por eso deja de haber cola para entrar. En el caso concreto del expresidente González, ya ha anunciado que renunciará a su cargo de consejero independiente de Gas Natural cuando acabe su mandato, cosa que ocurrirá en la próxima renovación del Consejo, en la junta general de accionistas de la sociedad, que se celebrará previsiblemente en abril. Estos últimos años decenas de exministros y exsecretarios de Estado, entre otros altos cargos, han renunciado a ocupar otros puestos de poder para pasarse a la empresa. González ha dicho públicamente que dio su aprobación a su nombramiento como consejero de Gas Natural porque quería conocer más de cerca el mundo de la energía. En el puesto, que ocupa desde 2012, ha percibido una retribución bruta anual de 126.500 euros, muy por encima de lo que cobra actualmente el presidente del Gobierno español (78.185 euros brutos al año).
Con estas cifras en la mano no es de extrañar que casi la mitad de los que fueron ministros con José María Aznar (incluido él mismo) hayan decidido abandonar cualquier ambición política para centrarse en los negocios. En la parte socialista hay menos porcentaje: solo uno de cada cinco exministros del PSOE (el 20%) están en consejos y puestos de mando de las grandes empresas. En número de representantes aparecen equilibrados (14 cada uno), pero es porque el tamaño del banquillo de exministros es mucho mayor en el PSOE, que ha gobernado en España 22 años en dos etapas, la de Felipe González, que duró 14 años, y la de José Luis Rodríguez Zapatero, que estuvo en La Moncloa durante casi ocho. José María Aznar estuvo ocho años y en la etapa actual de Mariano Rajoy todavía no hay exministros, porque aún no ha hecho cambios de Gobierno. Además, de la etapa de Zapatero casi ningún exministro está hoy en la empresa, lo cual reduce notablemente el porcentaje de representantes en el sector privado al aumentar mucho el número de exministros socialistas totales.
Carrera empresarial.
A pesar de su presencia en los consejos, pocos han hecho grandes carreras en el mundo corporativo. La implicación de estos expolíticos con la empresa es limitada. Se cuentan con los dedos los que han tratado de crear empresas o han llegado a posiciones ejecutivas. La mayoría, en los dos partidos, están de paso. Por ejemplo, unos centran su actividad en sus despachos de abogados, como es el caso de Ángel Acebes y José María Michavila, ministros con Aznar y que comparten ahora bufete, MA Abogados. El primero está en el consejo de Iberdrola (antes también en el de Bankia) y el segundo en Dragados SPL, una empresa de servicios portuarios que era de ACS. También Carlos Solchaga, presente en los consejos de Cie Automotive, Duro Felguera y Zeltia (se fue de Renta Corporación cuando empezaron los problemas), dedica el tiempo a su despacho, Solchaga Recio & Asociados.
Es también el caso de Miquel Roca, que fue portavoz del grupo catalán en el Congreso de los Diputados, y que dirige uno de los mayores despachos en España, Roca Junyent, con delegaciones hasta en Shanghai. Con más de 110 profesionales, su despacho abarca desde el Derecho de Competencia en Europa al inmobiliario, la navegación aérea, el financiero o la empresa familiar. No hay que olvidar, además, que muchos de estos bufetes están también en temas de lobby. Una ojeada a las ofertas del despacho de Solchaga da la pista: asesoramiento estratégico, regulación y competencia, operaciones corporativas y public policy (lobismo en estado puro), son algunas de ellas.
Empleos “aburridos”.
La nómina de exministros que completan sus ingresos con un consejo o una asesoría, a los que dedican un interés residual, es muy amplia. Ahí están, en el PSOE, los casos de Josep Borrell (consejero de Abengoa), Pedro Solbes (consejero de Enel y asesor de Barclays), Joan Majó (en el consejo de Cataluña de Endesa), Javier Solana (asesor de temas internacionales en Acciona), Elena Salgado (consejera de Chilectra, filial de Endesa en Chile), y el propio González, que, además, ha confesado “aburrirse” bastante en el cargo. Menor que en el PSOE, la nómina de independientes del PP incluye a la ya citada Ana Palacio, o a Juan Carlos Aparicio (consejero de Indra), que llevaba tiempo buscando un puesto así para dejar su escaño, sin olvidar a Eduardo Zaplana, que descendió de su puesto de consejero de Telefónica Europa a otro de menor rango.
Otros se lo han tomado más en serio. Por ejemplo, Luis Carlos Croissier, que fue ministro con González, se ha profesionalizado como consejero. En Adolfo Domínguez es vicepresidente del grupo (lo que implica cierta suma de competencias), además de su presencia en los consejos de Testa (Sacyr) y de Repsol, donde ha tenido alguna actuación sonada. Otro que durante años, tras salir de la política, se decantó claramente por el mundo de la empresa fue Miguel Boyer, exministro de Economía y Hacienda con González, que presidió CLH durante muchos años. Ahora se recupera de su enfermedad.
Esto no significa que todos los exministros estén pasando por el mundo de la empresa de puntillas, solo con el propósito de cobrar una buena retribución. Algunos, sobre todo los del PP, sí han logrado hacerse una carrera como ejecutivos o empresarios. Uno de ellos es Josep Piqué, uno de los más solicitados. Su mayor éxito fue la presidencia de Vueling, la línea low cost que ha acabado por superar a Iberia. Piqué, que suele asumir ciertas funciones ejecutivas, es ahora vicepresidente en OHL, donde se encarga de un área concreta del grupo; y representa a España en Airbus Group (la antigua EADS).
Otro de los casos de éxito es el de Eduardo Serra, que colecciona consejos (Zeltia, ONO, Everis) y que ahora ha aparecido de sopetón en el escenario empresarial más movido liderando uno de los grupos de inversores que quiere hacerse con Pescanova. Si se sale con la suya, será el presidente. En el mismo grupo incluiríamos a Rafael Arias Salgado. Este, que en una época pasaba habitualmente de la política a la empresa y viceversa (fue presidente de Prosegur), es básicamente conocido hoy en día por ser el presidente de Carrefour España.
Entre los socialistas, el único exministro que parece haber tenido cierto éxito como ejecutivo es Javier Gómez Navarro. Ahora está en Técnicas Reunidas (como consejero), pero durante años con una actividad trepidante: ejerció como todopoderoso presidente del Consejo de Cámaras de Comercio y aún tuvo tiempo para presidir Aldeasa y sentarse en el consejo de Iberia.
Mejor calidad.
Algo les pasa, parece, a los políticos de la post Transición. Porque, si se quieren encontrar políticos convertidos en hombres de empresa, tenemos que ir a los últimos Gobiernos de Carlos Arias Navarro o a los de Adolfo Suárez, donde había hombres con experiencia en la empresa que pasaron por la política y volvieron a lo suyo. Un ejemplo paradigmático es el de Juan Miguel Villar-Mir, que creó de la nada, con la peseta que pagó por Obrascon, uno de los mayores conglomerados españoles, el Grupo Villar Mir, matriz de OHL (3.100 millones de euros de valor bursátil), de Inmobiliaria Espacio y de Ferroatlántica. O el de José Lladó, fundador de Técnicas Reunidas, quizá la mayor ingeniería española, una multinacional con una capitalización en bolsa de 2.200 millones de euros.
De los Gobiernos de UCD salieron también ejecutivos de primerísima línea como Marcelino Oreja, que llegó a presidir FCC; Matías Rodríguez Inciarte, que llegó a vicepresidente del Santander; o José Ramón Álvarez Rendueles, presidente de Sanitas y consejero de Mediaset. Rendueles, que fue secretario de Estado de Economía (no llegaron a hacerle ministro, y quizá por eso se fue) ha acumulado un palmarés casi único. A lo largo de los últimos 35 años ha sido gobernador del Banco de España, presidente del Zaragozano, Ensidesa, Hunosa, Peugeot España y Aceralia, vicepresidente mundial de Arcelor y consejero de Asturiana de Zinc y Holcim. Tampoco hay que olvidar a Rodolfo Martín Villa, también de UCD (y luego del PP), que llevó a cabo la transformación de Endesa en un gigante eléctrico mundial.
Luego están los empresarios y ejecutivos de fuste que llegan a la política y se van para no volver. Ahí está el caso de Manuel Pizarro, expresidente de Endesa, que duró muy poco como diputado. Abel Matutes, quizá el ejemplo más notorio del empresario que quiso hacer carrera en la política, tampoco se quedó. Poco después de dejar su cargo de ministro de Exteriores volvía a sus negocios familiares, hoteles (Fiesta, hoy Palladium) o barcos (Baleárica). Ahora se sienta también en el consejo del Santander, del que tiene el 0,025% del capital (unos 18 millones de euros).
Un trajín que no gusta a todos.
Otra empresaria de paso por la política es Cristina Garmendia, que fue ministra de Ciencia y Tecnología con Rodríguez Zapatero. Sin carnet del PSOE, Garmendia abandonó la gestión de su empresa, Genetrix, en su etapa ministerial. Al salir, volvió con más fuerza que antes: ahora, tras su paso por el Gobierno, ha aumentado el número de consejos en los que está con Corporación Alba, Pelayo Seguros o Everis. También llegó desde la empresa Ana Birulés, que fue ministra de Ciencia y Tecnología, en su caso con Aznar. Amiga de Josep Piqué, y actualmente consejera en el Banco Mediolanum y en Pelayo Seguros, Birulés llegó a ser secretaria general del Sabadell y directora general de Retevisión antes de entrar en política.
De todos modos, este trajín entre los miembros de Gobiernos y el mundo de la empresa, sobre todo de las grandes, no es del agrado de todos, especialmente ahora, con la crisis y el paro. Cada nombramiento de un exministro para una de estas compañías suscita una ola de críticas en los foros y las redes sociales. De hecho, ante estas críticas, feroces a menudo, algunos de ellos empiezan a mostrar resistencia a entrar en consejos y optan por puestos de consultor, menos comprometidos. Es el caso de José María Aznar, que ha procurado no repetir su experiencia de News Corporation, en cuyo consejo participa al lado de figuras como Elaine Chao, exsecretario de Trabajo de Estados Unidos. En sus compromisos posteriores con empresas como la minera de oro Barrick Gold, KPMG o la propia Endesa ha preferido un cargo de asesor a sentarse en el consejo.
Todo este asunto no es privativo de España. Aun cuando la nómina de exministros en la empresa privada es avasalladora en España, en los tiempos en que la mayor parte de las empresas francesas estaban nacionalizadas o participadas por el Estado (buena parte de las décadas de los 80 y los 90 del pasado siglo), el llamado pantouflage era la norma habitual. Los elitistas formados de la École Nationale d’Administration (ENA) circulaban entre los puestos ministeriales y la presidencia de las grandes firmas galas como Pedro por su casa: un fenómeno que ha disminuido, pero permanece. Igual pasa en Alemania. Ahí fue muy sonado el caso de Gerhard Schröder. Tiempo después de dejar el poder, el excanciller alemán aceptó la presidencia de la Compañía del Gasoducto Noreuropeo (NEGP), una empresa dependiente de Rusia y creada a partir de un proyecto que él había impulsado personalmente con Vladimir Putin. Un escándalo. Pero, en Europa, las cosas empiezan a cambiar. El año pasado, ante el clamor popular, el expresidente Nicolas Sarkozy tuvo que olvidar la propuesta presidir un nuevo fondo de inversiones soberano de Catar. Y eso que, tras su derrota electoral ante el socialista François Hollande, confesó medio en broma, medio en serio a la prensa: “Una vez que abandone la política, muy bien podré dedicarme a ganar dinero”. Mucho dinero quería decir. Pero no pudo ser.
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