Para conseguir la embestida
Hay matadores de toros y novilleros que prodigan mucho dar un palo en las nalgas al toro cuando éstos terminan de dar el pase de pecho que remata las series, con objeto de que el morito vuelva grupas y le vea salir airoso mirando los tendidos. Si el torero no tiene la habilidad de esta maniobra apaleadora, será el cornudo quien se quede obnubilado mirando algún vestido mono, o alguna camisa humana del tendido.
Como los toros llegan muertos al último tercio, los infelices animalitos no tienen materialmente fuerzas para moverse.
De ahí esos acercamientos del torero, esos penduleos, esos codazos en los pitones, esas insistencias para ver si el agonizante semoviente se arranca. Muchas veces sólo se consigue esa arrancada con el zapatazo en tierra, patada en el hocico, palo en el pitón y hasta manotazo en la cabeza.
Al toro moribundo, como a los viejos burros, hay que pegarles para que den unos pasos: un palo un pase, otro palo otro pase, cada pase un palo. El pase será malo, pero el palo bueno, y esto a veces se aplaude mucho.
Claro que esto es muy trabajoso para el torero y deberíamos entre todos buscar el invento-estrategia, alguien que estimulara al toro situándose por el rabo y evitar que se parase. De este modo se evitaría al matador el trabajo de desgańitarse –Ąvamos, toro!…– y terminar agotado de dar zapatillazos, patadas y palos, así como otros esfuerzos para producir el arranque del animal en estado comatoso, y así el toreo sería el mismo.
Hay que conseguir el puesto de arrancador-estimulador de toros antes que el maestro tenga que utilizar antiestéticamente el estoque simulado como vara de mulero. żCómo se puede pitar un toro de manifiesta invalidez… y a los diez minutos otorgar las orejas a su matador?
El arte es interpretación, y su validez depende del motivo que lo inspira; de modo que si el toro no es íntegro y acusa debilidad, el arte se desvirtúa y los triunfos otorgados no adquieren la validez y el rango de la verdad. Ustedes saben que este escrito es una broma y todo lo aquí expuesto no ocurre –casi nunca–.
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