Otra estrella del pop es posible
04 de Septiembre de 2009 | Miqui Otero
En un hipotético e improbable encuentro entre Fiódor Dostoyevski (el de Crimen y castigo) y Liam Gallagher (el de Oasis) se podrían intercambiar frases como: “El dolor es la antesala de la literatura, incluso los pobres de espíritu se vuelven más inteligentes después de un gran dolor” con “El mejor pop sale de las ciudades grises y feas y de quererse escapar”.
Gallagher, después del anuncio de su hermano de disolver la banda, debería estar ahora sumido en la depresión, pero estoy convencido de que su orgullo lo hace totalmente inmune a ese tipo de sentimientos y a la famosa cita del escritor ruso, al que, seguro, le diría: “¡Y aféitate, hostia! Que parece que no tengas ni un copec”.
Porque si realmente se separan los hermanos más famosos del rock and roll reciente, estaremos ante la desaparición de una especie en extinción de estrella del pop. Una circunstancia que coincide con la consolidación de un nuevo modelo de esa raza, encarnada por Alex Turner, de los Arctic Monkeys, que ahora lanza disco y que aprendió a tocar con las canciones de Oasis.
Los inicios de las dos bandas son parecidos, pero su reacción ante la fama, opuesta. Al principio, incluso Oasis firmaban preciosos versos de costumbrismo working class como: “Qué bonito sería, si vinieras conmigo para tomar un té, te recogería a las tres y media y te prepararía una lasaña, te trataría como a una reina y te daría fresas con nata”.
En cuanto llenaron algunos estadios y pulieron un poco su tabique nasal, los líderes del brit pop adquirieron los peores tics de las rockstars: mear en vasos de tubo en hoteles, tirar televisores por la ventana hasta, en una escalada delirante, mandar al público callar en un estadio como si Liam fuera María Callas en la ópera.
En su descargo, además de un directo potente incluso últimamente y de un discazo de debut, cabe resaltar su talentazo como polemistas y conversadores.
Su arte pasó de las canciones a los titulares de la prensa. Cualquiera de los dos hermanos puliría dialécticamente con su brío de extrarradio tanto a Muhammad Ali como a Lecquio, tanto a Aristóteles como a Juan Adriansens. Pero sus delirios de grandeza los convirtieron en todo lo que ellos odiaban cuando se peleaban en su casa natal de Manchester.
En el otro lado del ring, Turner dedica discos a cajeras de súper -“apuesto a que estás más guapa en la pista de baile”-, titula sus discos con frases del cine obrero inglés, cita a Dylan Thomas sin ser pedante, habla como un gentleman y tiene el humor inglés de los Kinks. Definitivamente, existe la estrella y brilla entre el macarrismo de los Gallagher y el mesianismo imbécil de Bono y su solidaridad -casi gasta en publicidad lo mismo que recauda- y su ecologismo no reñido con sus macroconciertos que aniquilan la capa de ozono más que la acción de la laca de millones de Margarets Thatcher y Pititas Ridruejo juntas.
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