Muchas cumbres y pocas nueces
La última tormenta sobre la deuda pública de algunos países, entre ellos Italia y España, ha vuelto a destapar la caja de los truenos en la zona euro.
Está formada Europa por un conjunto de países solventes o, por el contrario, empieza a ser peligroso invertir en algunos de ellos? ¿Es seguro invertir en deuda pública o es mejor abrir una cuenta corriente en Alemania? No son preguntas que se le hayan ocurrido a una mente calenturienta. Cada día son más los españoles, italianos, franceses, belgas, y por supuesto irlandeses, portugueses y griegos que sienten cómo les tiemblan las piernas cuando leen los periódicos, oyen los noticiarios o ven los telediarios y piensan en sus ahorrillos de toda la vida.
La última tormenta desatada en torno al euro tiene que ver con la posibilidad de obligar a los bancos a hacer una hucha aparte para cubrir el posible agujero que les dejarían Italia, España, Irlanda, Portugal y Grecia si dejaran de pagar parte de su deuda pública. Los truenos, como viene siendo habitual, preceden y acompañan a importantes reuniones (cumbres, suelen llamarlas los políticos) en las que primero se dice que se van a buscar soluciones, luego algunos mandatarios matizan que esto no se arregla de un día para otro y finalmente se acaba dejando la búsqueda o el acuerdo para la siguiente reunión.
La cumbre de la UE convocada para el domingo 23 de octubre, el penúltimo, por cierto, con horario de verano, porque el día 30 hay que cambiar la hora, había levantado grandes expectativas que después han desinflado los alemanes. Los expertos, analistas e interpretadores de los mercados necesitaban una nueva referencia y la han encontrado con cierta rapidez (las cumbres abundan mucho últimamente) en la reunión de jefes de Estado y de Gobierno del G-20 de primeros de noviembre. ¿Decidirán algo entre todos, juntos o separados? Si los países de la zona euro no son capaces de ponerse de acuerdo en si hay que capitalizar más a la banca y por qué, es difícil que haya acuerdos de calado que hagan pensar en que la crisis es historia.
Mientras tanto, las paredes de los pasillos de la sede central del Banco Central Europeo (BCE), en la ciudad alemana de Frankfurt, son seguramente los testigos mudos que más comentarios han escuchado en los últimos meses sobre la crisis que sufre la deuda pública de algunos países de la zona euro. Los representantes de los bancos centrales de cada uno de los 17 países que comparten moneda en Europa tienen allí a sus representantes permanentes que, a su vez, hablan permanentemente con las autoridades de sus respectivos Estados. ¿Qué piensan de la última tormenta estos técnicos a los que Europa les ha encomendado el cuidado de su moneda común?
“Obligar a los bancos a contar como posible pérdida financiera parte de la inversión en deuda pública de países de la zona que no han tenido ni tienen problemas de solvencia es una demostración de nuestro propio fracaso”. Este amargo comentario salía hace pocos días de la boca de uno de estos altos funcionarios del BCE, un poco harto de que todas las miradas se dirijan siempre hacia los bancos y hacia la institución en la que trabaja por la incapacidad de los mandatarios europeos de encontrar una solución rápida. Y es que la rapidez en Europa es como el agua en el desierto. El cambio de una norma que permita ayudar a un socio en dificultades tarda dos años en ser aprobado por todos los parlamentos de todos los socios. Y se corre el riesgo de que cuando se permita ayudar al enfermo este haya muerto ya.
El BCE suele dejar su opinión sobre temas importantes en unos artículos que publica cada mes, una vez consensuados, en su boletín económico. En el último habla de la tormenta sobre la deuda y la posibilidad de meter a la banca privada en el conflicto. Meter a los bancos en este problema tiene entre sus defensores un claro argumento a favor. Si alguien invierte en deuda de un país peligroso, que asuma las consecuencias. En paralelo, la asociación bancaria europea (EBA, en sus siglas en inglés) cree que hay que endurecer las pruebas de resistencia de las entidades financieras para evitar nuevos sustos y qué mejor que apuntarse al argumento anterior y poner como uno de los condicionantes de las situaciones malas el impago de una parte de la deuda por parte de algunos socios del euro.
No es lo mismo con el euro.
Pero aquí el BCE tiene algunas discrepancias. Para los técnicos de esta institución, no es lo mismo. Para el BCE hay una diferencia importante en función de que el país al que se le supone que no va a pagar parte de su deuda esté o no integrado en una unión monetaria. En este último caso, los mercados financieros están demasiado integrados para que la restructuración de la deuda con la incorporación del sector privado de un Estado no afecte de forma negativa al resto. En otras palabras, que introducir ahora como elemento de riesgo futuro de la banca la posibilidad de que España, Italia, Irlanda y Portugal se vean obligados a no pagar parte de su deuda pública acaba por afectar a todos los socios.
Los autores del artículo explican a continuación el mecanismo de contagio. En primer lugar, porque poner a una parte importante de la zona euro en entredicho (estos cuatro países ahora en boca de todos suponen más o menos un tercio del conjunto) contamina al sector financiero de toda la zona, ya que los bancos tienen unos deuda de otros, unas entidades poseen acciones de otras, todos buscan dinero prestado en los mismos mercados y muchos de ellos cuentan con filiales en los países cuestionados. En opinión del BCE, recapitalizar la banca para cubrir ese supuesto, aunque parece de sentido común, generalizaría un problema de confianza entre las entidades financieras de la zona. Además, según explican los autores del artículo, esto se sabe cómo empieza, pero no cómo acaba. ¿Dónde habría que parar –por ejemplo- el proceso de recapitalización si la situación sigue deteriorándose? Y si la cartera de inversiones de la banca en deuda pública se considera cada vez más vulnerable, los Estados tendrían más dificultades para financiarse y esto retroalimentaría a su vez la vulnerabilidad de las finanzas públicas.
Y aún hay otro factor que preocupa al Banco Central Europeo como guardián del euro: el riesgo que supondría una restructuración forzada de la deuda de un país miembro para la credibilidad de la moneda. Los analistas también lo estudian y se preguntan si es lógico tener en cuenta como método preventivo la posibilidad de que haya restructuraciones de deuda. Para sus defensores, este es el principal factor a favor de realizarla. Poner a un país en la picota al obligar a la banca a capitalizar parte de su deuda pública aumenta su prima de riesgo y este puede ser un factor positivo en términos de imponer la disciplina de mercado, sostienen los defensores de la idea. Pero por otro lado, la facilidad para restructurar la deuda podría aumentar la tentación de acumular deuda en el futuro por parte de algunos países. ¿Qué hacer entonces? El presidente saliente del BCE, Jean-Claude Trichet, ha pedido sin éxito unas reglas más estrictas, e incluso un cambio en los tratados de la Unión para limitar los riesgos de un incumplimiento de pago de la deuda por algún socio. Pero esto necesita ser aprobado en una cumbre y pasar por un calvario de dos años por los parlamentos nacionales. Mientras tanto, en Bruselas se sigue hablando de cómo se van a redactar las siguientes pruebas de resistencia de la banca y varios países y sus bancos, entre ellos España, siguen en la picota (ver recuadro).
Comentarios recientes