Los ‘indignados’ opinan
Manifestantes de Madrid y Barcelona explican su experiencia
MADRID
“Las masificaciones, toda la generosidad, con eso me quedo”
Lleva 25 días acampada en la Puerta del Sol. Tess, de 26 años, llegó la noche del 15-M, cuando apenas un centenar de personas escribían su indignación con mayúsculas. La clavaron en la plaza y en la conciencia de los miles que la abarrotaron los días sucesivos. “Es que esto es contagioso”, señala la joven tras salir de las lonas que cubren el campamento y buscar un sitio para sentarse. “Salí del metro, vi a la gente que decía ¿y si acampamos? Y me quedé”.
Aguantó hasta la siguiente madrugada cuando la Policía Nacional desalojó la acampada de Sol, sólo por unas horas. “Nos confiamos mucho. A mí me tocaba vigilar a las 5.30, estaba dormida cuando llegaron. Desperté con los pisotones de la gente”, recuerda como si hablara de otra época. “Aquí hablas con alguien y a las cinco horas te parece que fue hace cinco días”. Son los efectos que tiene la acampada sobre sus habitantes.
Tras el desalojo Tess pensó que todo acababa ahí. Nada más lejos. Volvió y se quedó. En este tiempo ha perdido incluso su trabajo de monitora de multiaventura. “Monté una protesta con mis compañeros porque trabajábamos sin relevos 21 horas seguidas”.
Llevaba dos semanas en Sol.Para Tess “el clímax” llegaba con las concentraciones a las ocho en punto. “Esas masificaciones, la exaltación de la generosidad, con eso me quedo”. Lo peor de la acampada: “Ni las duchas, ni dormir en el suelo, ha sido la lluvia y el agotamiento que producía”, señala. Ella, que ha participado en la comisión de Infraestructuras, la ha sufrido especialmente. ¿Sabrá vivir en casa? “No lo sé, pero esto no para”.
BARCELONA
“Este movimiento era algo que llevaba esperando toda mi vida”
“Desde el primer momento que entré a la plaza, sentí algo especial“. Gerard Torrent (Lleida, 1982) es uno de los indignados veteranos de Barcelona.Llegó a plaza Catalunya el segundo día para ver qué se cocía y las buenas vibraciones le impulsaron a trabajar activamente por el movimiento. En su caso, desde la comisión de Difusión.
Cada asamblea le ha ido reafirmando en su condición de indignado. “Este movimiento era algo que llevaba esperando toda mi vida”, dice este estudiante a las puertas de licenciarse en Sociología que, aún ahora, cuando se cumplen más de dos semanas de la acampada, se emociona con la heterogeneidad y la unión de la plaza.
Aunque sus palabras dejan entrever un entusiasmo aparentemente inquebrantable hacia el movimiento, insiste en que no lo idealiza. Dejar la plaza “será duro”, sobre todo porque llegan los exámenes, bromea.Pero él es de los que considera que ha llegado el momento de abandonar la acampada para no perder fuerza e influencia.”La plaza es un símbolo“, sintetiza e insiste en la importancia del trabajo en los barrios. Con todo defiende que ésta es “la mejor oportunidad para articular propuestas”.
Gerard vivió en sus carnes uno de los episodios más tenebrosos de la acampada. Fue uno de los heridos de guerra de la carga policial de los Mossos d’Esquadra. Intercedió por un compañero que estaba recibiendo golpes de los agentes, metió el brazo y se llevó un mamporro. “Tengo una fisura en la muñeca que me obliga a llevar una venda tres semanas y después tendré que hacer rehabilitación”, dice más indignado que nunca.
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