Los calurosos veranos mallorquines en el aire
Después de los últimos acontecimientos en el palacio de la Zarzuela, las tradicionales vacaciones de verano de la Familia Real en Palma de Mallorca se convierten en una incógnita.
¿Después de JuanCarlos qué? Ahí está el detalle. Acaso el diluvio, ojalá Felipe salga a él. Monarquías cambiantes. Todo empezó con WallisSimpson, aún tan odiada por los ingleses, prosiguió en Suecia con la azafata Silvia y continuó encumbrando a GraceKelly tal princesita de opereta. Luego vinieron la espléndida MáximadeHolanda, la risueña Catalina y la gélida Charlene, parece que ahora –¡por fin, milagro, milagro!–, en estado de buena esperanza.
Pronto le corresponderá a Letizia, a quien llegar a Reina quizá le libre del multiplicador pan y los peces doméstico cobrando solo 60.000 euros. Recibe el sueldo de un subsecretario. Ultrajante. Acaso así olvide las peripecias –nunca le diría apuros con la que cae– para exprimir tal nómina que debe de resultar insuficiente para el variopinto y cambiante guardarropa realzador de su fina cintura. Responsable y comedida, pasó de vestirse en LorenzoCaprile a ser habitual de un FelipeVarela menos caro y experto en ejecutivas con aire Armani. No es tan espectacular, pero cubre el expediente aun ciertamente repetitivo. Alterna sus trajes con accesorios de Zara y Mango que también surten a las luminosas infantitas cubriéndolas de nido de abeja. En tiempos la comparaban con Rania y actualmente no cabe parangón por su estilo propio, personal y tan rotundo. Tiene un carácter fuerte, tal y como demostró aquel mediodía en su debut de prometida quitándole la palabra al novio. Sonó como aviso a navegantes. Advirtió y descubrió un genio imponente. Pasó el tiempo, nada menos que diez años festejados hace un mes, durante el que vapulearon la desigual elección aferrados a unos principios arcaicos ya sin sentido en este mundo nuestro donde todos “podemos”. La realeza, antaño tan apolillada y cerrada, vio abatir por amor murallas infranqueables, hasta entonces freno de las plebeyas, hoy coronadas paradójicamente en toda Europa. No somos excepción. Wallis, como adelantaba, no supo ganarse –ni ganas– el amor de los británicos. Aunque a nuestra Princesa de Asturias le zurran humorísticamente en Twitter, no le niegan la aproximación implicada en obras sociales y culturales. Serán objetivo a superar, peor lo tenía MáximadeHolanda con el pasado nazi de su padre y ya es auténticamente regia –calificativo bien argentino– o la dulce Catalina. De Charlene poco hay que decir sino remarcar su aumentado distanciamiento del caro entorno que ahora aplaude su gravidez. Alberto no es el que imaginaban: sabe meter goles sin descuidar otras aficiones tal en sus tiempos jóvenes adicto al Jimmy´z monegasco de Regine, moviéndose al ritmo de un rubio DJ rompecorazones, donde nos prohibían hacer fotos. Protegían su intimidad, claro.
La abdicación de don Juan Carlos y el futuro monárquico me provoca muchos interrogantes, no quiero resultar profético ni veo más allá, pero me preocupa cómo serán desde ahora las siempre frías, distantes o casi nulas relaciones entre Letizia y sus cuñadas Elena y Cristina. Me estremece imaginarlas. El caso Nóos e IñakiUrdangarin las tensó al máximo, y ella evitó muy cauta contaminarse con el trinque y el uso de privilegios dinásticos para forrarse. Las infantas no tragaron que la recién llegada pospusiera su hasta entonces preeminencia. La Reina mediaba tibiamente y el monarca comprendía la pataleta filial.
También cavilo y pienso en doñaSofía y su porvenir. Querría saber si seguirá compartiendo La Zarzuela con su Rey y marido, o trocará su necesidad de viajar incesantemente a Londres para fijarse en una Grecia patria querida donde ahora –en su Peloponeso de tantas reliquias épicas, Olimpia, Delfos, Micenas, lo suyo casi es tragedia– reside su hermano Constantino. Una incógnita a desvelar como lo que pasará con el personal de la residencia oficial más confortable pese a todo que el inhóspito palacio de Oriente. ¿Recortarán el servicio y los sueldos? No sé cómo funciona la administración. Pero al condedeBarcelona le escatimaban el pan y el agua. Ya sin obligaciones cortesanas ni vida oficial, es posible que resistan bajo el mismo techo como hasta ahora sin fingir lo que ninguno de los dos siente.
Mientras el Príncipe, una vez coronado, ocupará el pequeño despacho paterno tan cargado de historia donde Juan Carlos resistió el 23-F con la misma combatividad que el enorme Atleta cósmico de Dalí, un encargo personal de Samaranch que luego regaló al monarca. Estuve con ellos en Port Lligat cuando fue presentado y lo conté en mis crónicas. Allí empequeñece por tamaño y fuerza el retrato dinástico del hierático FelipeV de tan mal recuerdo en la revolucionada Cataluña. En los últimos tiempos, con el caso Urdangarin, Sofía asombró con lo que algunos creyeron maniobras desestabilizadoras o golpes bajos al Rey. Tomó partido sintiéndose más madre que soberana consorte. Le pudo el cariño por encima de la institución en una especie de donde las dan las toman. No fue comprendida.
Otra curiosidad: “¿Qué sucederá con los tórridos veranos mallorquines tan repudiados por Letizia hasta el sálvese quien pueda del año pasado?”. Desapareció sin despedirse. Estamos en sus vísperas y antaño todos caían por allí, luego iban llegando por goteo en la primera quincena de julio porque la Copa del Rey era pórtico oficial a las vacaciones isleñas, que reconvertían aquello en capital nacional llena de aduladores propiciando el éxito nocturno de Puerto Portals, donde el Rey cenaba en el local de MiguelArias. Paraban el tráfico, era otro gancho veraniego donde todos, hasta un lechoso Marichalar sobre chalupa, llegaron a competir en el raudo Bribón patroneado por el Rey que, al evidenciarse sus varices, abandonó el bermudas corto y se ponía al timón con uno largo. Generaba repaso, morbo, análisis y chismes. Don Felipe competía en el Aifos de la Armada y en el Azur de Puig se desahogaba Cristina, que andaba loquita por el regatista canario FernandoLeón mientras el Fortuna navegaba y cortaba el viento. Según soplase, variaba el humor y la royal family iba del caserón al Náutico o directamente al barco. Las terrazas eran un ágora donde se colaba la Obregón y rumiaba CamiloJoséCelajunior. Parecía una minicorte marinera.
Historias de la historia, ellos son carne viva y patrimonial. Surgió Letizia acunando el primer verano de Leonor que nos fue mostrada en mantillas mientras su madre huía del sol. Intentó aclimatarse, lo procuró, y acabó explotando ante los insoportables calores para una habituada al fresco Ribadesella de Asturias, patria querida. Nunca la añoró más pese a las repetidas impertinencias de su tía HenarOrtiz, machacona en augurar que “Letizia no reinará nunca”. Pues está a punto de hacerlo, ya ve, y don Juan Carlos encuentra en ella “un buen soporte”. Varió desde que se casó. Entonces era cabezona y ahora recelosa. Pero deberá mudar más: olvidar comer pipas en público, mostrarse diplomática ante lo que no admite y desechar esos informales vaqueros con agujeros impensables en Máxima, Catalina o la exquisita Rania. No responden al nuevo estatus ni a la edad, que el tiempo pasa. Cuestión de detalles y recicle. En Palma se fijó en un rombo hindú de turquesas y lapislázuli que colgaba de mi cuello. Se lo ofrecí ante el Príncipe, lo rechazó pero luego aceptó quedárselo. Aunque nunca se lo vi. En este sentido el adiós a Su Majestad es un dolor nacional, ahora repaso nostálgico muchos momentos gráficos que son abundantes: los veranos de Palma desayunando ensaimada de cabello de ángel; en Puerto Rico abriendo bajo chaparrón el Encuentro entre dos mundos; durante la Expo 92; al recibir a JulioIglesias y Chabeli tras un concierto benéfico al que se unieron Maradona y PlácidoDomingo cantando Caminito; entregando medallas a las Bellas Artes; sus multitudinarias onomásticas en el Campo del Moro para exaltar el Cervantes o aceptando la medalla de oro de los naranja y limón.
Plasman mi ritual, preceptivo y rendido cabezazo con taconazo aprendido de Ussía y AntonioBurgos. Por encima de majestad, es un personaje vivo, humano, de carisma irrepetible. Caso único en el que deberá mirarse aún más el generalmente hermético Felipe con temperamento y humor analítico muy Battenberg. Es un rey cálido, gracioso, próximo y castizo. Cautivador. Don Juan Carlos es todo eso. Hace cinco años, en una Pascua Militar, bromeó acerca de mi corbata Armani sin los minicoloridos dibujos de Gucci y Hermès. Él valoraba mis juicios críticos, los repasos indumentarios y personales y con MaryÁngelesAlcázar siempre nos distinguía de los compañeros. ¡Gracias, Señor!
“No me gusta, te mandaré una pintada a mano”, anunció y lo tomé a guasa. Pero a los tres días, una mañana, me trajeron un sobre amarillo “de Zarzuela”. Pensé que vería a un guardia de uniforme, moto y casco. Erré: me lo entregó un discreto señor de edad y contenía una corbata negra –¡qué ironía!– salpicada de trazos blancos y firmada por un pintor rumano. La acompañaba un tarjetón Real, autógrafo de trazos azules, encabezado con: “Mi querido Jesús, ahí va lo prometido”. Nunca la usé, la tengo en un marco y perpetúa mi devoción por don Juan Carlos. Así es mi Rey.
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