Contraviniendo el código que me he impuesto en este blog, en el que todo debe girar en torno a la literatura, esa cosa tan importante que no sabemos muy bien qué es ni para qué sirve aunque está claro que sin su existencia el mundo sería un lugar distinto (y sobre todo peor), es necesario hablar aquí de otros asuntos que no parecen estrictamente literarios, pero que tal vez sí lo son.
ÉRASE UNA VEZ unos cuantos señores que durante muchos años estuvieron gastando dinero a espuertas sin declararlo a las autoridades competentes. Resulta que esos señores llevaron a la ruina a cientos de familias. Resulta que esos señores recibieron dinero público para reflotar sus empresas. Resulta que durante ese proceso el gobierno facilitó que varios de esos señores blanquearan ese dinero gracias a la amnistía fiscal, aunque algunos tenían sus propios métodos para convertir lo ilegal en legal. Resulta que entre ellos había miembros con ideologías profundamente enfrentadas, pero, ah, cosas de la vida, entre esos señores se creó un vínculo más fuerte que el que tenían con sus compañeros de partido. Resulta que esto es sólo la punta del iceberg y que este escándalo se suma a otros que han afectado a todos y cada uno de los estamentos del poder, desde la Monarquía al Gobierno, desde los partidos nacionalistas a los sindicatos mayoritarios, de los inspectores de Hacienda a los ujieres de los ayuntamientos. Resulta que la expresión Algo está podrido en Dinamarca se ha quedado corta y la podredumbre está por todas partes y lo increíblemente extraño es que algo o alguien se hayan salvado de la descomposición que asola al sistema, a los representantes elegidos democráticamente y a los amigotes que a su vez fueron elegidos por ellos. Resulta que no pintamos nada en un sistema que dice basarse en nuestra soberanía y que los políticos son simples títeres que se apuñalan unos a otros al final de la función para regocijo de los espectadores, nosotros, que reímos y gritamos e ignoramos que la obra que estamos viendo es una excusa para robarnos la cartera.
Ésa es la función de la peor literatura: distraer nuestra atención durante el tiempo que necesita el mago para hacer el truco sin que le veamos. La peor literatura es la que se ha escrito siempre para salvaguardar a los poderosos, la que se ha escrito en contra de unos y a favor de otros, la que en este país se ha escrito durante años y todavía se sigue escribiendo por periodistas canallas e historiadores vengativos.
No estábamos haciendo nada malo, dicen los responsables sin asumir la responsabilidad, eran gastos de representación, era lo que teníamos que hacer para que la obra siguiera representándose, éramos 86 personajes en busca de autor, éramos las sombras proyectadas en la caverna de Platón. Así que era eso. Eran actores y estaban representando una farsa, y todos sabemos que las entradas para el teatro están demasiado caras.
Los inspectores de Hacienda, por su parte, se quejan de que son muy pocos para perseguir a tantos defraudadores. ¿Es eso cierto? ¿No estarán dedicando más tiempo y esfuerzo a otros menesteres? He aquí una historia real, sin adornos ni literatura.
Un hombre entregó la declaración de la renta del ejercicio 2012 fuera de plazo por motivos justificables sin saber que ello acarreaba una sanción. En las dependencias de Hacienda tampoco se lo dijeron. Le salió a pagar y pagó. Durante los doce meses siguientes estuvo viviendo en el extranjero, cambio de residencia varias veces, cerró la cuenta bancaria que tenía, precisamente, en Bankia, y finalmente se estableció de nuevo en Madrid. Llegó el momento de arreglar cuentas con Hacienda y volvió a hacer la declaración de la renta, esta vez en los plazos indicados. Le salió a devolver y se fue a casa. Nadie le informó que arrastraba una deuda. Un día le embargaron 90 euros de su nueva cuenta bancaria. Entonces se enteró de la deuda. Creyó que eso era todo y siguió esperando la devolución de su dinero, pero tampoco llegó. Entonces, por fin, le llegó una carta certificada, y supo que además de la sanción tenía que pagar un recargo de 27 euros con 50 céntimos que seguiría creciendo exponencialmente mientras no lo pagara, y que por supuesto no le devolverían la cantidad de la declaración de la renta hasta que no satisficiera los 27 euros con 50 céntimos. Hacienda le había encontrado y le había perseguido por 27 euros y 50 céntimos y retenía la devolución del dinero, que le correspondía legalmente recuperar, por esos 27 euros y 50 céntimos. El hombre había perdido todos los plazos para presentar alegaciones, estaba en el paro y día tras día comprobaba, como había leído en las novelas de Dickens, que recibe antes su castigo quien roba un mendrugo de pan para comer que el Señor del castillo que roba uno por uno a todos los habitantes de su feudo.
Lo que no es literatura es la desesperanza de unos ciudadanos, los españoles, acostumbrados a que uno tras otro vayan cayendo sus ídolos, acostumbrados a comprobar que muy pocos son capaces de seguir defendiendo su integridad cuando todos a su alrededor se mofan de ella, con alevosía y premeditación.
Lo que no es literatura es la resignación de esos mismos hombres y mujeres, que pasan de la indignación a la constatación de que esto no tiene remedio, de que siempre ha pasado lo mismo y que siempre seguirá pasando, sean del bando que sean, del color que sean, sean pobres o ricos, altos o bajos, hombres o mujeres, porque España es así, porque aquí, claro, se inventó la picaresca y está en nuestro ADN, forma parte del carácter mediterráneo, y quién sabe, puede que yo en su lugar hubiera hecho lo mismo, es decir, que yo sin ir más lejos el otro día me llevé una grapadora de la oficina, así que bueno, ellos también se han llevado la grapadora, sólo que la suya además de grapar servía para hacer la compra en El Corte Inglés y pagar viajes al extranjero y cacerías y joyas y peajes y hasta para pagar las deudas con Hacienda.
Lo que no es literatura es lo que hacen los compañeros de esos señores, que miran para otro lado y niegan estar al tanto de semejantes ultrajes al erario público. ¿Alguien se cree que estas corruptelas no se las contaban con socarronería unos a otros en las sobremesas donde se gastaban 3.547 euros en bebidas alcohólicas y 1.800 euros en puros habanos con lo proclives que somos los que tenemos ese “carácter mediterráneo” a darnos aires y admitir sin pudor ni vergüenza nuestras más viles fechorías? ¿Acaso no tenemos todos un cuñado que lo primero que hace cuando se toma dos copas de Sidra El Gaitero en la cena de Nochebuena es pedirte abiertamente las facturas de la gasolina para meterlas en los gastos de su empresa y que le devuelvan el IVA en la declaración del año que viene?
Lo que no es literatura es que la democracia representativa, sus estandartes de poder y sus lazos invisibles con la economía son un cuento grosero que nos han contado a los ciudadanos para que nos quedemos dormidos a pesar del desastre, un cuento que tejen durante el día y destejen por la noche, y en esas horas oscuras es donde tiene lugar la cruda realidad, una realidad obscena, vergonzante, impúdica, macabra y criminal cuyas pruebas se esconden patéticamente debajo de la alfombra tan pronto como los niños abren los ojos para que no vean, para que no veamos, lo que han estado haciendo los mayores mientras soñábamos con angelitos.
Si nadie paga de día por lo que está pasando de noche tendrá que ser la buena literatura (es decir, el periodismo comprometido, las sentencias judiciales y los libros de historia) la que les impida a estos vulgares farsantes llevar a cabo una nueva representación.
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