LIBERTAD DE PRESION
Escritor y
director de
Etón teatro
A tal punto ha llegado la perversión del lenguaje y del significado de las palabras; hasta tal límite se han retorcido, tergiversado, exprimido, reinterpretado y utilizado en falso, que hoy día es difícil conocer el verdadero sentido de algunas expresiones en algunas bocas que, de tan utilizadas sin derecho, moralidad ni respeto, se han convertido en comodín que enuncia cualquier cosa y que a cualquier causa o argumentación sirven.
La lista de palabras y expresiones que bullen en la podrida olla de lo inservible, es casi interminable: Estado del bienestar, rentabilidad, empleo, democracia, mal, bien, justicia, terrorismo… Es el caso también de la libertad de expresión , término que fue bandera de legítimos afanes que ha sido muy utilizado últimamente a raíz de la entrega de los Premios Goya, y que ha desatado la lengua y la pluma de multitud de interpretadores de la realidad, que a enarbolan contra el adversario, en una absurda comedia en la que los contendientes blanden el mismo arma, se acusan de las mismas carencias, se reprochan idénticas transgresiones y, al final, cada uno se pone la pegatina que el otro luce para atacarlo. En esta incruenta (o no tanto) batalla por la libertad de expresión, que ha entrado ya en el territorio sucio que habitan la libertad de enseńanza , la libertad de culto o la libertad de residencia , el absurdo se enseńorea de tal modo, que a veces es imposible delimitar qué alcance, interés o sentido oculto tienen las reivindicaciones para conseguir esa libertad, o si la definición ha de incluir cuestiones tales como el equilibrio, la generalización, las fronteras, el patriotismo, la sensibilidad o las opciones políticas. Será obvio recordar que la libertad de expresión es aquel derecho de los ciudadanos libres, que les permite expresar y difundir sus ideas por cualquier medio, y que, en el marco del ordenamiento jurídico de convivencia, cualquier idea, realización, expresión o respuesta ha de ser respetada por los demás, con las únicas limitaciones que los derechos colectivos e individuales les imponen. Que existen suficientes mecanismos para proteger esos derechos y que la prohibición del derecho a la libertad de expresión sólo puede ser negada a quienes pretendan ejercerla dańando a otros. No ha sido éste el caso del llamado plan Ibarretxe , presentado y difundido con procedimientos democráticos y pacíficos y sometido, como cualquier propuesta, a la ley que, en su caso, lo podrá desautorizar, porque los ataques contra el mismo han revestido en ocasiones tintes inquisitoriales de preocupante virulencia; no ha sido éste el caso de la película de Julio Medem, cuya visión personal de la realidad vasca, subjetiva como todas, merece ser difundida y conocida al igual que aquellas que afirmen lo contrario, pero que, sin embargo, ha sido calificada desde antes de su estreno con adjetivos que no eran sino el umbral de las últimas llamadas a su eliminación, prohibición o destrucción; no ha sido el caso de Josetxu Morán y Fernando Saldańa, entrańables actores de aquí, que, como ciudadanos, poseen todo el derecho a asociarse en defensa de sus intereses (que son, por cierto, los nuestros), a expresar sus opiniones sobre cualquier asunto y no por ello ser ninguneados ni marginados. Existen multitud de casos en que la libertad de expresión es atacada en su misma base con amenazas, exclusiones, prohibiciones y acusaciones que, en realidad, están dinamitando las bases de la convivencia democrática, cuya existencia y conservación no puede asentarse nunca en la negación de ideas, sino justamente en la afirmación del escrupuloso respeto a cualquier opinión, porque en esa afirmación se fortalece y legitima moralmente la convivencia.
El peligroso camino de la prohibición, la censura o la represalia, crea enfrentamientos inútiles y empobrecedores, como el que se ha sustanciado entre la plataforma cívica ĄBasta ya!, cuyas valientes y admirables intenciones han sido enfrentadas con las de muchos colectivos pacifistas que defienden justamente lo mismo con otras palabras.
Un grito, una pancarta o un gesto no pueden ser considerados nunca como una opción excluyente, sino todo lo contrario.
Es posible clamar contra la guerra y el imperialismo y también contra ETA sin tener necesariamente que hacerlo al mismo tiempo, y sin tener que recurrir a la rebuscada frase que deje contentos a esos que examinan diariamente el estricto cumplimiento de sus propias normas; es posible defender la justicia para José Couso sin que ello tenga que ser interpretado ideológicamente; es posible pedir explicaciones al Gobierno por engańar a la gente, siendo a la vez patriota y defensor de la democracia; es posible, y saludable, que los ciudadanos defiendan públicamente aquellas opiniones particulares que consideren oportunas y critiquen cualquier acción política (como el mantenimiento de la Casa Lis) y al tiempo puedan conservar una relación laboral con quienes no mantengan la misma postura.
Que, para ser anatemizados por ser libres, ya se encarga la exquisita libertad de expresión de los obispos.
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