La memoria de las fosas
Joan Solé salió de su Gavá natal (Barcelona) una fría noche de enero de 1939, tras ser llamado a filas por el Gobierno de la República, en plena ofensiva de las tropas franquistas. No volvió. Cayó semanas después, casi sin tiempo de batallar, en una zona montańosa de Gurb (Barcelona) y fue enterrado allí mismo, en una fosa común.
Solé dejó mujer y dos hijas que, durante 65 ańos, han reivindicado la recuperación del cuerpo. La exhumación hace un mes, por parte de la Generalitat de Cataluńa, de una fosa en una zona próxima, les ha devuelto la esperanza.
Antonia Solé es una de las dos hijas de Joan. Tiene 78 ańos y vio por última vez a su padre con 13. Tres compańeros de regimiento escaparon de la emboscada que sufrió el grupo al fingir que estaban muertos y, unos días después, llevaron a la familia al lugar de los hechos.
Los rojos, sin cementerio
“El propietario de una masía recogió los cuerpos, los arrojó al fondo de un pequeńo barranco y los cubrió de tierra. Nos heló la sangre ver que llevaba puestos los zapatos nuevos con los que salió padre de casa”, rememora Antonia.
Tras localizar la fosa, donde están enterradas 22 personas solicitaron a las autoridades eclesiásticas su traslado a casa, pero la respuesta fue negativa: “Nos dijeron que los rojos no merecían estar en un cementerio. Y ahí sigue”, se lamenta.
Las familias erigieron sobre la fosa una lápida con el nombre de los cuatro gavanenses identificados los otros tres son: Gabriel Ivern, Antoni Olivella y Josep Roig y la han estado visitando –y cuidando en la medida de lo posible– desde entonces.
“Mis nietos me preguntan porqué está su bisabuelo en el fondo de un barranco. Mi madre falleció hace unos ańos y me gustaría que descansaran juntos. Llevamos tiempo solicitándolo, a través del grupo municipal de ERC, a la Generalitat y al Ayuntamiento de Gavá. Sólo pido que me devuelvan a mi padre”, dice Antonia.
Las dos hijas de Antonia, Joana y Montserrat Martínez, van más allá en su denuncia: “Es un tema sentimental, pero también de justicia. Era gente sencilla que vivía del campo y no sabía de política. No merecen estar así”, aseguran.
Montserrat recuerda cómo marcó la guerra civil a su familia. “Los dos hombres de casa murieron en un mes. Todo se vino abajo, y pasaron hambre. Mi abuela quedó viuda y no lo superó, ni volvió a casarse. Ya han sufrido bastante”.
Al conocer por la prensa la prueba piloto del Gobierno catalán en la comarca de Osona (Barcelona) se pusieron en contacto de forma inmediata con la Generalitat, que les informó de la elaboración de un protocolo para la apertura de fosas comunes en Cataluńa (en la actualidad hay localizadas 150), que debe quedar listo a final de ańo.
“Estamos ilusionados y expectantes ante la opción de cerrar de una vez por todas este mal sueńo. Sólo así habrá algún día una reconciliación real”, concluyen.
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