La huelga
Lo mejor para el sindicalismo y para la sociedad sería que la huelga se saldase con un éxito relativo que permitiera a los sindicalistas salvar su prestigio.
24/09/10
LOS SINDICATOS UGT Y CCOO han anunciado una huelga general para el 29 de septiembre. No hacen más que ejercer un derecho constitucional, por lo que desde el punto de vista jurídico y político nada puede objetarse. Otra cuestión es el derecho que asiste a todos a expresar su conformidad o disconformidad con el motivo que impulsa a la huelga y con el factor de oportunidad.
Es conveniente expresar en primer lugar la posición en cuanto a la necesidad y la utilidad del movimiento sindical, porque como todos han podido percibir, el anuncio de la huelga ha excitado aún más el empuje antisindical de algunos sectores de la sociedad. El ejemplo más llamativo e inmoral es el de aprovechar el anuncio de la huelga para plantear la “necesidad” de reducir el número de los trabajadores que dedican, según la ley, sus horas laborales a la defensa de los derechos de los trabajadores en la empresa. Pero la persecución sindical viene de lejos; desde los años setenta se ha ido limitando la capacidad de influencia del movimiento sindical en la construcción de la sociedad, a veces, hay que decirlo, con el concurso del sindicalismo.
Vaya por lo tanto por delante mi firme convicción de que la actividad sindical es un pilar del que una sociedad sana y honesta no puede prescindir, es un contrapeso a la capacidad de decisión de quienes ostentan el poder en las empresas y en los gobiernos. Esta declaración en apoyo del sindicalismo puede no resultar del agrado en los sectores que intentan reducir o eliminar la capacidad de los sindicatos de influir en la marcha de la sociedad.
Establecido inequívocamente este principio general expresaré ahora algunas ideas, sometidas a opiniones más fundadas, que tal vez no sean gratas a los sindicalistas.
DESDE QUE EN LOS AÑOS SETENTA, con la crisis del precio de los crudos, los poderosos de los países occidentales comprendieron que la amenaza de la extensión del comunismo soviético ya no era tal, asumieron que el pacto empresa-trabajadores, capital-trabajo, que había dado lugar a una gran conquista para la humanidad, el Estado de bienestar, ya no era necesario y que por lo tanto lo que convenía a los grandes grupos económicos y financieros era el recorte paulatino de derechos y prestaciones a los trabajadores. El sindicalismo fue evolucionando (a tenor de esta estrategia económica) desde la defensa de los trabajadores hacia la de los trabajadores con trabajo, después hacia la de los trabajadores sindicados y por fin hacia la defensa de la estructura sindical en peligro de ser desmantelada por los sectores más conservadores. Estos compensaron su decisión de arrinconar las ideas de progreso con un nuevo lenguaje que succionaba el tradicional de la izquierda. Los progresistas contestaron con una estrategia de hacer méritos continuos para alcanzar una consideración social de mesura y competencia. El resultado ha sido una insólita confusión de discursos que hace cada vez más difícil para algunos la identificación ideológica.
En una ocasión fui invitado a un acto cultural de un sindicato en una de sus sedes. Acudí gustoso y me encontré con la sorpresa (para mí, desde luego) de que también estaba invitado un ministro de un gobierno del Partido Popular y que éste pronunció un inane discurso de loa a los sindicatos que fue refrendado por unos entusiasmados aplausos de los sindicalistas presentes. Comprendí que la amalgama sindicatos-gobierno, no importa de qué signo, no haría crecer la confianza de los trabajadores en sus representantes sindicales.
A mi parecer, el sindicalismo no puede separarse por completo de un proyecto político o ideológico, so pena de convertirse en una especie de gestoría para los sindicalistas.
DESDE EL PUNTO DE VISTA SINDICAL, ¿existe un motivo concreto para llamar a la huelga general? El recorte de los salarios de los funcionarios, la congelación de las pensiones y la reforma laboral que no comparten son los argumentos esgrimidos por los dirigentes sindicales. Se trata de hechos objetivos que pueden explicar la actitud de los sindicalistas, pero los hechos no suceden en una campana neumática ajena a la realidad. La situación actual de crisis económica da una luz diferente a la hora de valorar los motivos de la huelga general. Y es que no parece que exista una atmósfera muy favorable para un seguimiento masivo de la huelga. Un gran éxito sólo parece que pueda darse si los sindicalistas modifican su estrategia de llamamiento al paro en un día concreto por la de impedir el trabajo, lo que sólo puede hacerse con algún tipo de violencia, que reduciría el crédito de los sindicatos y excitaría a los que buscan siempre una brecha oportunista para reducir o eliminar la influencia del movimiento sindical.
Considerando que los sindicatos han dado muestras, generalmente, de una gran responsabilidad en toda la etapa democrática, y que hoy están encabezados por personas serias y honestas, un fracaso rotundo de los sindicatos no tendría consecuencias favorables para la estabilidad y el equilibrio de la evolución social, además de quemar el concepto de huelga general para el futuro.
De todo ello se puede deducir que lo más conveniente para el sindicalismo y para la sociedad española sería que la huelga se saldase con un éxito relativo (o fracaso relativo, según la óptica con que quiera valorarse) que permitiera a los sindicalistas salvar su prestigio y que no incidiera negativamente en la convivencia social. Es decir, que lo más conveniente para los intereses generales es que el próximo día 29 no acudan a trabajar los que atiendan el llamamiento de los sindicatos y juzguen acertada la respuesta de huelga general a las decisiones económicas del Gobierno, y que acudan a sus puestos de trabajo aquellos que quieran hacerlo sin que nadie les impida su actividad. Nadie sufriría demasiado en su prestigio y la vida daría oportunidades en el futuro para la concertación de sindicatos, empresas y gobierno.
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