Guantánamo espera su cierre diez años después del 11-S
Una década después de que cayesen las Torres Gemelas, Estados Unidos mantiene abierto en pleno Caribe el centro de detención adonde envió a los supuestos culpables de la masacre. Tiempo ha visitado la prisión y ha hablado en exclusiva con un exrecluso.
Hiztullah Nasrat Yar tiene 41 años. Pero parece que se hubiera echado encima muchos más. La intensa luz del mediodía que entra directa por los ventanales resalta su rostro ajado. Sus gestos son retraídos y su mirada, esquiva. Según la documentación del Pentágono hecha pública por WikiLeaks, el detenido ISN 977 salió de Guantánamo el 2 de noviembre de 2007.
“Es el infierno en la Tierra. Los seres humanos somos animales sociales y tenemos que escuchar algo, ver algo, comer una buena comida, tener una conversación agradable… y nos privaron de todo esto. Solo veíamos a los soldados, interrogatorios, traductores y torturas”, evoca con voz ahogada, antes de agregar: “Me robaron una parte de mi vida. Ahora solo soy la sombra del hombre que fui”.
En cambio, la mayor preocupación del comandante de los 800 guardias de la base naval cubana, Donnie L. Thomas, son los asaltos de los detenidos contra sus hombres. “Siempre los tengo presentes. Ya no son tantos. Hay que tener a los soldados motivados. Es una misión dura”, describe el policía militar. Nos recibe en una de las salas de reuniones del Campo Delta. Hay colgadas grandes imágenes de los detenidos. En una se puede ver a un hombre paseando y en otra a varios jugando al fútbol. Son los logros de esta misión tras casi diez años. Los primeros llegaron de Afganistán en enero de 2002 tras los ataques del 11 de Septiembre a las Torres Gemelas. Este atentado cambió las reglas de la política internacional y la seguridad en Estados Unidos. Pero también provocó un gran debate dentro de las leyes de guerra.
De guardar armas a la cárcel.
Nasrat llegó el 23 de marzo de 2003. Antes de ser detenido por las fuerzas estadounidenses trabajaba como representante para el Gobierno afgano en el proceso DDR (desarme, desmovilización y reintegración) de la ONU. “Yo era una persona muy influyente en Sirobi (a 70 kilómetros al este de Kabul) y por eso me eligieron para ese cargo. Tenía 50 personas a mi cargo y recogíamos armas de diferentes personas. Yo guardaba las armas y municiones en mi casa y estaba esperando a que el Gobierno viniera para entregárselas”, explica.
Hiztullah estaba preparando sus abluciones para la oración del magreb (anochecer), cuando unos soldados estadounidenses y afganos allanaron su vivienda, se incautaron de las armas y el dinero y lo llevaron arrestado.
El exsoldado Brandon Neely fue uno de los guardias que recibió a los primeros detenidos en enero de 2002. “Me asignaron al centro de detención. No había ningún protocolo. Nos dijeron que venían unos terroristas de Afganistán, que habían ayudado en los ataques del 11 de Septiembre. Nos explicaron que tenían relación con Al Qaeda y Bin Laden”, relata. “No sé quién decidió meterlos ahí, pero no eran celdas, parecían jaulas”, recuerda Neely del Campo Rayos X, el único centro de detención que existía entonces.
Fue abierto en 1994 para separar a los inmigrantes de Haití y Cuba que habían cometido crímenes (robos, asaltos, prostitución o comercio ilegal) del resto de los 40.000 migrantes que en los años 90 estuvieron en la base. En 1996 se abandonó. Pero tras el 11-S se volvió a utilizar dentro de la llamada Guerra contra el Terror. “Nunca vi ningún tipo de tortura durante los interrogatorios. Sí se les sometía a posturas extenuantes durante horas, se les despertaba constantemente, se ponía música muy alta por la noche y se les gritaba. No había control. Si había algún herido, nadie era reprendido”, recuerda.
A Nasrat jamás lo torturaron físicamente; sin embargo, en varias ocasiones vio cómo unos presos eran maltratados por soldados estadounidenses: “En un par de ocasiones vi con mis propios ojos cómo los carceleros empujaban y pegaban a algunos presos. Cuando los llevaban de la celda a la sala de interrogatorios, encapuchados y con las manos atadas en la espalda, también les pegaban en el pasillo. A veces les echaban un spray en la cara y en el cuerpo. También entraban con perros para hacer el registro en las celdas y nos intimidaban con los animales”.
Nada más acabar de describir aquel horror, sus ojos se vuelven vidriosos. Respira antes de proseguir: “Si el suicidio no estuviera prohibido por el islam, cada uno de los prisioneros hubiera pensado en cometerlo”. Durante aquellos cinco largos años apenas tuvo relación con los carceleros. Solo conversaba con dos personas que tenía a cada lado de su celda. Asegura que se les permitió leer el Corán, lo único que podían tener. Todos los días eran la misma rutina: “Nos despertábamos, tomábamos el desayuno, algunos dormían la siesta, otros leían el Corán, comíamos y lo mismo después”.
Interrogado en Guantánamo por si se podrían haber hecho las cosas de otra manera, el comandante Thomas responde: “Bueno, no sé qué tipo de pregunta es esa. He estado aquí durante 17 meses y puedo decir que estoy muy orgulloso de la forma de proceder de los guardias. El Campo Rayos X es una instalación que hemos utilizado en el pasado en los 90. Y entonces se hizo el Campo Delta. Y ahora se tienen el Campo 5 y el 6. Espacios modernos, réplicas de otros en Estados Unidos”, justifica.
En abril de 2002 se completó la construcción del Campo Delta (Campos 1, 2 y 3) con 410 camas. Fue entonces cuando se trasladaron los primeros detenidos tras las críticas. En febrero de 2003 se añadió al Campo Delta el Campo 4. En mayo de 2004 se abrió el Campo 5. Fue construido por la empresa Kellogg, Brown and Root, una de las compañías del vicepresidente de George W. Bush, Dick Cheney. Costó 16 millones de dólares. Más tarde la misma compañía terminó de construir el Campo 6. Cobró 37 millones de dólares.
Los que tienen mala conducta.
En la actualidad en Guantánamo solo se ocupan los Campos 5, 6 y 7. En el 5 hay alrededor de 20 detenidos. Allí están los que tienen mala conducta. El resto, alrededor de 130, se encuentra en el Campo 6. En el Campo 7 están los detenidos considerados de “alto valor”. Entre ellos, están recluidos los conspiradores del 11 de Septiembre: Kahlid Sheik Mohammed, Walid Bin Attash, Ramzi Bin al Shibh, Ali Abdul Aziz Ali y Mustafa Ahmed Adam al Hawsawi.
Nasrat traga saliva antes de relatar su experiencia en Cuba. “Nos bajamos del avión con la cabeza tapada y las manos esposadas. Al llegar nos hicieron desnudarnos y ponernos el mono naranja”. Luego le llevaron a una celda incomunicada. Allí estuvo durante un mes: “Estuve solo; era un bloque entero lleno de celdas de aislamiento. Únicamente salía para los interrogatorios. Pensé que eran los últimos días de mi vida. Después nos llevaron a otra celda. Cuando vi que habían sido liberados algunos presos, cobré la esperanza de poder salir y volver a reunirme con mi familia en algún momento”.
Según el expediente de Guantánamo, Nasrat siempre representó “una amenaza baja”. Pero se le retuvo por “sus operaciones contra las fuerzas estadounidenses. Su hermano, Abdul Wahid, está relacionado con un complot para secuestrar a personal de Estados Unidos en Konar (Afganistán)”, se lee en el informe. En este documento del 1 de septiembre de 2005, se recomendó “su transferencia a un tercer país”, la cual se produjo a finales de 2007. A Nasrat le comunicaron que iba a ser liberado 15 días antes de salir. “Me llevaron a la sala de interrogatorios y uno de los soldados me dio un papel donde ponía que me habían concedido la libertad. Así fue como me enteré”. Después, le metieron en un avión con otras 12 personas: ocho afganos y cuatro jordanos. Primero aterrizó en Amman. Luego, en Kabul.
“Nadie se disculpó por el daño que nos causaron. No sé por qué fui arrestado, bajo qué cargos. No tuve opción de que mi proceso fuera revisado por ninguna organización de derechos humanos –exclama–. Me detuvieron por ser miembro de Hizb-i-Islami y por tener algún contacto con los talibanes”, declara. Explica luego que “Hizb-i-Islami es el partido político religioso más importante de Afganistán y la organización yihadista más grande, que fue apoyada por Estados Unidos durante la ocupación soviética”.
El comandante Thomas confirma que en la actualidad hay 15 personas en el Campo 7, del que solo algunos altos mandos militares conocen la ubicación. Debido al secretismo, muchos han especulado con que en realidad no existe. En cambio, el subcomandante Richard Federico, abogado militar, desmiente que sea un lugar fantasma. Representante legal entre abril de 2008 y junio de 2011 de Ramzi Bin al Shibh, recuerda: “Solicité ir al Campo 7 porque tenía que determinar si mi cliente era competente o no. Fue diagnosticado con desórdenes psicóticos. Quería saber si tenía que ver con el ambiente donde vivía. Me llevaron en una furgoneta sin ventanas que utilizan para trasladar a los detenidos y me parece que dieron unas cuantas vueltas a propósito para desorientarme”.
Federico arroja luz sobre las complicadas y opacas comisiones militares que tienen lugar en Guantánamo, las cuales en un principio se supone que deberían poner fin al limbo legal en el que se encuentran los detenidos. “Son para juzgar a una persona por crímenes de guerra. Es una combinación entre una corte marcial y un tribunal del distrito federal de Estados Unidos. Son muy lentas por diferentes razones: están los casos en los que el defendido puede ser condenado a pena de muerte, que por sí son muy lentos. Todos en general son complicados por moverse en el ámbito federal y extranjero. Además, las pruebas [que hay contra ellos] pueden ser muy delicadas [en materia de seguridad nacional] y lleva tiempo determinar qué se puede utilizar y qué no”, explica.
A finales de julio se contaban 171 detenidos, que se distribuyen entre los Campos 5, 6 y 7. Los Campos 1, 2, 3 y 4 están vacantes. En el Campo Justicia tienen lugar las comisiones militares. En el Campo Echo se citan los abogados con los defendidos. Y en el Campo Iguana residen todavía los refugiados chinos. Atrás queda la tensión de la época de la anterior Administración, cuando se llegó a albergar hasta a 774 personas.
“No es parte de mi trabajo”.
El comandante de la misión de Guantánamo, el almirante Jeffrey Harbeson, remite a Washington cuando se le pide que haga una valoración sobre la marcha de la Guerra contra el Terror, término que acuñó la Administración Bush tras los ataques del 11 de Septiembre. Harbeson tampoco tiene ninguna opinión sobre la presión de la comunidad internacional. Ni del futuro de los detenidos cuando abandonan la base. “Yo solo tengo que asegurarme de meterlos en el avión. No es parte de mi trabajo preguntarme dónde van. Mi mundo está aquí”, termina el militar, que reconoce entender el escrutinio de la comunidad internacional. Explica que “la orden ejecutiva [del cierre] fue firmada por el presidente en enero de 2009. Tenemos ya el plan dispuesto para ejecutarla cuando nos den las directrices. Las decisiones de cómo y cuándo [se debe echar el cerrojo] no están en mi área de responsabilidad. Es una decisión de Washington. Sé que necesito entre seis y nueve meses [para cerrar la prisión]”.
Cuando el presidente Barack Obama firmó la orden ejecutiva del cierre del centro, fue recibida con optimismo. Pero cuando se empezó a intentar llevar a cabo se encontraron grandes desafíos: El Congreso se opuso en bloque, la comunidad internacional se negó a aceptar a detenidos y los estadounidenses indicaron que no querían a estos hombres en Estados Unidos. Guantánamo se ha convertido en algo que molesta, pero nadie quiere asumir la responsabilidad.
Los guardias explican que van a comprobar que los 171 detenidos se encuentran bien cada tres minutos. Muestran que tienen PlayStation y pueden ver en televisión cadenas en árabe. También aseguran que toman un menú de comida halal (lícita para el islam) con todo tipo de postres, que le cuesta al contribuyente estadounidense 3,1 millones de dólares (2,1 millones de euros) al año. Mantienen que pueden rezar tantas veces quieran y por supuesto la cocina se adapta a la época de Ramadán. Tienen indicaciones con dirección a la Meca para rezar, Coranes y otros 18.000 libros en árabe, pastún, farsi, inglés, francés, español y serbocroata, entre otros idiomas. Aseguran que se les han conseguido pelotas de fútbol y baloncesto, juegos de mesa y máquinas de gimnasio para que hagan ejercicios aeróbicos. Tienen a su servicio un equipo profesional de cinco médicos y quince enfermeros.
Alguien no dice la verdad.
En cambio, Nasrat cuenta otra versión. Quizá fuese otra época. O simplemente alguien no dice la verdad. La comida fue su mayor preocupación. Tanto que se declararon en huelga de hambre al considerar que la carne que consumían no era halal. “Nos daban cordero y pollo. La mayoría lo rechazaba porque no sabíamos si habían sido sacrificados a la manera islámica. Entonces, hubo muchos presos que protestaron. Washington consultó al Consejo Islámico de EEUU y nos respondieron que al estar en un país extranjero con personal no musulmán, la comida que se ofrecía, aunque no siguiera el rito islámico, se consideraba halal.
Al margen de la fecha de clausura del centro de detención, EEUU nunca abandonará la base naval. Su posición geográfica, su clima y sus condiciones de puerto natural la convierten en vital para los intereses de Washington, que tiene un acuerdo desde 1904 con Cuba. En virtud del mismo, paga 4.000 dólares (2.800 euros) al mes en oro por el alquiler del terreno. Este contrato solo terminará cuando ambas partes –La Habana y Washington- accedan a rescindir el mismo. Y Estados Unidos no tiene ninguna intención de hacerlo. Por eso remite cada mes el pago del alquiler a Fidel Castro, que nunca lo cobra. Se dice, aunque no está comprobado, que tiene todos los cheques guardados en un cajón de su despacho en La Habana.
Comentarios recientes