El cineasta napolitano Paolo Sorrentino ha dedicado su carrera a retratar a hombres solitarios y parcos en palabras. Seres extraordinarios sacados de contexto, fuera de lugar, lógicamente desubicados. O, jugando con el título de su primer largometraje –L’uomo in più-, a hombres que están de más. Hay otro característica de su cine que se resume perfectamente en el eslogan promocional de L’amico di famiglia, su tercera película: No se debe confundir lo insólito con lo imposible. Premisas extrañas en las que habitan extraños personajes, en definitiva, sería el leitmotiv de su obra. Sus dos títulos más celebrados subliman estas constantes narrativas: Le conseguenze dell’amore es un canto (de cisne) a la rebeldía entonado por un silencioso correo de la mafia adicto a la heroína e Il Divo es un retrato de la inmortalidad (y la inmoralidad) de un personaje tan escurridizo (y tan impermeable) como el político italiano Giulio Andreotti (que aún hoy sigue desafiando a la naturaleza, sobreviviendo a todos aquellos que le diagnostican la muerte). A pesar de que la mayoría de las críticas no han valorado positivamente su última película, Un lugar para quedarse (todavía en los cines), en ella se mantiene fiel a sus constantes narrativas y estéticas -que son también dignas de estudio y merecerían por sí solas otro post-. Y, además, supone en sí misma un salto de madurez y prácticamente una liberación de ese paradigma temático que marca su opera prima.
L’uomo in più parte de una premisa algo descabellada, pero no imposible: la coexistencia en la ciudad de Nápoles de dos personajes llamados igual –Antonio Pisapia– que comparten origen y reconocimiento social y, al mismo tiempo, representan caracteres opuestos. Uno de ellos es un futbolista de élite que ha rozado la gloria deportiva con sus goles. Honrado, humilde e inteligente, se ve obligado a colgar las botas después de que un compañero de escuadra le provoque una lesión en un entrenamiento por su negativa a formar parte de una farsa en el último partido de la temporada que reportará a sus compañeros una suculenta prima. Asumida su forzosa retirada, su máxima aspiración es convertirse en entrenador y poner en práctica una táctica futbolística que él mismo ha ideado: el hombre de más. En paralelo conocemos al otro Pisapia, un cantante melódico que tras una breve estancia en prisión ha alcanzado el éxito y despierta la devoción de una legión de admiradores, sobre todo mujeres. La popularidad le ha convertido en un rufián autodestructivo y soberbio cuyos excesos le acaban costando su carrera musical. La duplicidad de Pisapia representa dos maneras diferentes de digerir el éxito y enfrentarse al fracaso, procesos mentales que no son exclusivos de los artistas o de los deportistas.
En la segunda película de Nacho Vigalondo, Extraterrestre, uno de los personajes afirma que hace falta ser muy valiente para reconocer que se está de más. La sensación de sentirse fuera de lugar en el trabajo o en las relaciones personales, como la Inquisición española, acaba llegando cuando uno menos se la espera. Sorrentino nos enseña, sin pretenderlo, que hay que estar preparado para aceptarlo, no rendirse y buscar un nuevo lugar para quedarse. En el peor de los casos, una justicia poética pondrá todo en su debido lugar.
Comentarios recientes