Leo en un periódico que a Frida Kahlo nunca le importó que su marido Diego Rivera, fuera un eterno mujeriego. La única aventura que no le perdonó fue la que tuvo con su propia hermana. Y eso lo entiendo, porque yo tengo una hermana y creo que tampoco se lo hubiera perdonado. Vale que yo tenga mal gusto para los hombres pero ¿que también lo tenga ella?
Dos días después, leí en otro periódico que Simone de Beavoir, la autora de “El segundo sexo” y una de las mujeres que más admiro, había soportado con estoicismo las distintas infidelidades de Jean Paul Sartre. Soportado, pactado, o como lo queramos llamar ya que ella a su vez había hecho lo propio con distintos amantes. Igual que Frida.
Menciono estos dos episodios porque desde hace varios días ronda por mi cabeza una idea inconfesable. Y no me refiero a ir a ver el musical “Sonrisas y Lágrimas”.
Jairo me había enviado unos 20 mensajes al móvil. Pueden no parecer muchos pero recuerdo que en los meses que estuvimos juntos no me mandó más de diez. Insistía en vernos, me decía que teníamos muchas cosas de qué hablar y que estaba muy guapa. Ignorando lo obvio, es decir, que estaba muy guapa, accedí a verle. No sé porqué lo hice. Después de lo que me costó dar a la tecla del escape y salir de sus garras, allí estaba otra vez.
-¿Cómo estás?
Con mi crecido ego de mujer deseada por dos hombres, me dieron ganas de contestarle: “¿no lo ves?, buenísima”, pero fui políticamente correcta.
-Bien y ¿tú?
-Bien, bien.
-Oye, vayamos al grano. ¿Qué quieres?
-¿Qué hay entre tú y Arturo?
-¿Acaso no es obvio?
-¿Vais en serio?
-Define serio.
-Serio.
-¡Qué riqueza de vocabulario!
-Lía…
-Oye, no tengo porqué darte explicaciones.
-Tienes razón, dijo mientras me cogía la mano.
-Esto es ridículo. No sé porque he venido, dije en un ataque de realismo que ni el pintor Antonio López.
-Yo sí lo sé.
-Vaya, ahora eres adivino.
Mientras me levantaba para pagar, Jairo me cogió la cara. Yo tenía dos opciones: hacerle la cobra o dejarme llevar. Por supuesto, escogí la incorrecta. Sabía que era un error, que no le podía hacer eso a Arturo, pero mis sentimientos hacia Jairo estaban ahí. Y salieron en todo su esplendor.
Permanecimos un rato besándonos. Como dos quinceañeros en un bar destartalado lleno de nocturnidad y alevosía.
Llegué a casa dos horas más tarde. En mi móvil había varias llamadas perdidas de Arturo y un mensaje de Jairo. Y entre los dos, escogí llamar a mi amiga María que era como MacGyver, tenía una solución para todo.
-Lía, no te sientas culpable. Estamos en el siglo XXI, las mujeres somos independientes, fuertes, seguras. Queremos un amor para toda la vida porque el estereotipo cultural está ahí y Disney ha hecho mucho daño. Pero, ¿y si no fuera necesario?, quiero decir, ¿y si lo que tú necesitas es una relación flexible, donde puedas disfrutar de la pasión de Jairo y la estabilidad de Arturo?
-PAra eso necesitaría un Artujairo o una Jairoarturo. En serio, ¿puedo hacer eso?
-No lo sé, ¿Quieres?
-No lo sé.
-Voy más allá, ¿y si pudieras establecer con Arturo unas reglas por las que ambos pudierais disfrutar de otras personas y seguir adelante?
María parecía tan segura y convencida de lo que decía que su opinión me tranquilizaba. La verdad era que yo no veía a Arturo aceptando que le fuera infiel y menos con su bicho amigo, al que me había prohibido ver expresamente la noche anterior. La verdad era que le había sido infiel a Arturo, aunque sólo fuera con unos cuantos besos. La verdad era que seguía sintiendo algo por Jairo. La verdad era que aquella noche sólo podía pensar en Frida y en Simone. ¿Qué dirían ellas? Mientras, en mi móvil, llamadas perdidas y mensajes sin contestar. Y, de momento, hasta que tomara una decisión, sólo habría silencio. Y tacatá.
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