Ayer hablé con un colega de Hungría sobre el 15-M. Él me preguntaba si el movimiento era “serio”, porque desde Budapest no le veía “unos objetivos claros”. “Desde fuera parece ser algo muy divertido”, me decía.
Me llamó mucho la atención que sea visto como una fiesta. Los ciudadanos han salido a la calle porque están hartos de ser despedidos; de no encontrar trabajo; de tener 30 años, dos carreras, dos idiomas y dos másters y no encontrar empleo; de cobrar 600 euros; de tener cada día más dificultades para llegar a fin de mes; de que los políticos se tiren los trastos a la cabeza en lugar de preocuparse de sus problemas; de que el cinturón se lo tengan que apretar los ciudadanos mientras que los bancos se van de rositas; que cada reforma que aprueba la UE para salvar el euro recorta derechos de los trabajadores y servicios sociales; de que los imputados campen a sus anchas en las listas electorales…
Hago esta enumeración resumiendo algunas de las pancartas que vi ayer en Madrid. Y, según me contaba Sándor, es una situación bastante parecida en Hungría. En realidad, en toda Europa.
La crisis provocó en Hungría que el año pasado el gobierno pasara de manos de los socialdemócratas a los conservadores del primer ministro actual, Viktor Orban, que sin desvelar sus intenciones, llegó al poder en medio del malestar ciudadano por los planes para reducir el déficit que había llevado a cabo el ejecutivo saliente: subida de impuestos, aumento de la edad de jubilación, congelación de los salarios de los funcionarios, etc.. ¿Les suena? Aún así, Hungría no evitó tener que ser rescatada por el FMI. Antes de ganar las elecciones, el discurso de Orban consistió en alertar sobre un país al borde del precipicio. Su primera medida en el poder fue saldar la deuda y “echar” al FMI del país, aunques después se haya ampliado el rescate. Los húngaros, general, también le reprochan a su gobierno que no responde a sus necesidades –ocupado últimamente en borrar todo vestigio comunista en los nombres de las calles de Budapest, prohibir la música callejera y hacer una ley de prensa calificada de “mordaza” por la UE y organizaciones defensoras de la libertad de prensa-.
Sin embargo, las manifestaciones en España se perciben como algo divertido.
Yo no creo que lo sea. No es que la gente vaya llorando por las calles, más bien aplica la máxima de reír por no llorar.
Y hago un esfuerzo por acordarme de qué pensaba yo de los griegos antes de que empezara su última tragedia nacional. Les veía muy parecidos a los españoles, sobre todo porque también hablan muy alto y porque si oyes hablar griego sin prestar mucha atención, puede parecer español. Según me explicaron una vez, es porque empleamos los mismos fonemas.
Para los griegos hace bastante tiempo que se acabó la fiesta. Para los españoles también, aunque parece que no es tan evidente.
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