FERIA DE ABRIL Sergio Aguilar alivia la pesadez de una infumable mansada
Toros de Guardiola, el cuarto como sobrero, grandes, mansos y flojos.
EL CALIFA: cinco pinchazos, media tendida y cuatro descabellos (silencio tras un aviso); y tres pinchazos y estocada (silencio).
ANTONIO BARRERA: pinchazo hondo (silencio); y pinchazo hondo y descabello (silencio).
SERGIO AGUILAR: estocada perpendicular y atravesada (gran ovación); y dos pinchazos, estocada que asoma y descabello (silencio).
Más de media entrada.
Una infumable mansada de Guardiola impuso un festejo de lo más aburrido, ayer en La Maestranza, aliviado en parte por la buena disposición y los apuntes toreros de Aguilar.
A El Califa le falló su primero con absoluta claridad, un animal que le medía constantemente, que como mucho se tragaba un muletazo pero que a partir del segundo no había manera. Imposible del todo. Pero hete aquí que el cuarto fue otra cosa. Mansito como sus hermanos, tampoco anduvo sobrado de fuerzas, sin embargo iba cuando el torero se imponía. Quizás no era toro para series largas, aunque hasta tres o cuatro se los tragaba. El Califa se los dio sin bajarle la mano lo suficiente. Sonó la música durante la faena de muleta, pero fue algo meramente coyuntural, pues volvió a enmudecer antes de que el torero tomara la espada de matar. Tres pinchazos antes de la estocada definitiva dejaron la cosa en un silencio más que elocuente, de absoluta indiferencia.
Barrera quiso, mas no pudo. Su primero no había iniciado el viaje cuando ya se quería volver. Así en las tres o cuatro tandas que ensayó el torero. El quinto se tragó una primera serie rebrincadito y se quedó corto para pararse en la tercera.
SERGIO AGUILAR Sergio Aguilar firmó los únicos pasajes con cierto relieve que tuvo la tarde. Fue en su primero, un toro tan descastado y blando que le costaba mucho tomar los engańos. Aguilar se lució en el recibo con el capote, en unos lances a pies juntos y de manos bajas. Hubo un quite posterior de dos chicuelinas y revolera. Abrió faena en el mismo platillo, sin probaturas previas, directamente al natural, sin dudar lo más mínimo. Una pena que no respondiera el astado, pues se adivinaba del todo la gran disposición, la gran capacidad torera del hombre. La plaza dedicó una fuerte ovación, que Aguilar recogió en los medios. En el sexto, no pudo repetir la hazańa. El toro fue un auténtico marmolillo.
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