Felipe de Borbón y Grecia, Felipe VI, digan lo que digan los cenizos, inaugurará su reinado en el mejor momento económico de España desde el inicio de la gran recesión, ya fuera en 2007, cuando Zapatero la negó, ó en 2008, cuando Pedro Solbes le obligó a admitirla. España, con la tragedia de sus casi seis millones de parados siempre presentes, todavía tiene muchos problemas y un largo camino por recorrer hasta la consolidación de la recuperación, pero el nuevo Rey accede al trono con el viento económico a favor, si nada ni nadie se empeñan en torcerlo. El PIB creció un 0,4% en el primer trimestre y todo indica que llegará al 0,6% al final del primer semestre de este año y las perspectivas aún son más favorables para el resto del ejercicio. La España en la empezará a reinar Felipe VI no es, desde luego, un país idílico, pero sí mucho mejor, más libre, más rico y más justo que aquella de 1975 cuando su padre se convirtió en el Rey Juan Carlos I.
La llegada al trono español de Felipe VI coincide con otro hecho también histórico, las medidas excepcionales que ha adoptado el Banco Central Europeo (BCE), que preside Mario Draaghi, ese italiano, entre mago y alquimista, que vive en Frankfurt, para en teoría relanzar la economía europea y prevenir la deflación y que incluye decisiones tan estrambóticas como la cobrar intereses a quiénes prestan el dinero y no a quiénes lo reciben prestado. Sí, en eso consiste la medida de penalizar con un interés negativo del 0,1% a los bancos que depositen su dinero en el propio Banco Central Europeo. Draghi pretende, sin nadie garantice que vaya a tener éxito, que los bancos prefieran prestar el dinero a sus clientes, a pesar de que han sido advertidos de que no corran riesgos, antes que pagar por mantenerlo a buen recaudo en el BCE, aunque sea gratis, porque en tiempos de crisis a veces la liquidez es la mejor inversión.
Mario Draghi es el hombre más poderoso de Europa, por encima incluso, digan lo que digan, de Ángela Merkel. Tiene el poder, que también poseyeron príncipes y reyes -y que no tendrá Felipe VI como tampoco lo tuvo su padre-, heredado tal vez de los dioses, y casi mágico por su extrema simplicidad, de crear y destruir dinero. Eso le convierte en un moderno alquimista monetario, cuyas redomas son terminales de ordenador y sus materiales impulsos electrónicos. Draghi, por otra parte, la semana pasada, no inventó nada, tan solo se limitó a aplicar una versión moderna de recetas económicas milenarias, bajada simbólica de tipos de interés incluida, consistentes en crear dinero de la nada y con ese dinero, que vale menos, intentar impulsar la actividad económica y, claro, combatir el desempleo. Para algunos es la piedra filosofal, aunque creen que llega tarde; para otros solo incuba otra burbuja. Y todos coinciden en que la medicina de Draghi tardará en hacer efecto, ya sea mucho o poco, en la España de Felipe VI y en la Europa del alquimista de Frankfurt.
(Una versión de este artículo se ha publicado en El Periódico de Cataluña)
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