Excederse en la faena
Se cuenta que el El Guerra, magistral torero de su tiempo, habría realizado una faena memorable y, como se dispusiese a montar la espada, un gracioso le gritó desde el tendido: ĄGandul, sigue toreando! Sonrió el Califa cordobés y le dio unos cuantos pases más; pero de pronto el toro, sin saber porqué, empezó a huir y recular. Y le costó un suplicio quitárselo de en medio a tan excelente lidiador. Rafael se dirigió al espectador del bocinazo, para decirle: ĄEh, amigo, pa otra vez no te se olvide que los toros se matan en su sarsa! Posiblemente en aquellas calendas las faenas se realizaban en un plazo íntimo. Hoy sin embargo hay un vicio pernicioso en nuestras plazas como es el de alargar las faenas, aunque éstas sean meritorias y el conjunto brillante.
Hay toreros que se muestran tan complacidos por la ovación que insisten en seguir toreando al vencido animal.
A los buenos toreros, los clamores ruidosos, los aplausos, el volcán de emociones y angustias confundidas jamás llegaron a emborracharlos, hasta el punto de cegar su visión y pasarse de la medida justa.
Si el sitio y el momento de los toros es importante, no lo es menos para los toreros saber aprovecharse del instante entregado de las masas al valor y a la audacia del artista. Cuando la plaza vibra de entusiasmo y estalla la ovación es el momento de montar la espada.
Dilatar las faenas es un equívoco y todo se puede ir al traste en un minuto, desaprovechando el triunfo. A día de hoy es lamentable la falta de sentido del tiempo de muchos toreros. No hay más que repasar las reseńas de cualquier tarde de toros, donde privan los avisos, –aquellos también tenían su importancia no hace mucho– hoy como tantas otras cosas se han ido devaluando y después de uno o dos avisos, los toreros reciben plácemes del público, convertido en palmas, orejas, ovaciones y demás demostraciones que evidencian el desprestigio que hoy sacude la fiesta.
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