Un terremoto recorrió ayer la Unión Europea, el gran proyecto político del viejo continente, en donde rebrotan las miradas al ombligo propio, con la excusa de ir en contra de la globalización y de una austeridad económica, mucho más anunciada y criticada que aplicada. Los extremismos antieuropeos avanzan y lo hacen con fuerza. En la mayoría de Europa se escoran hacia la derecha extrema, en España hacia la izquierda más radical, cuando no antisistema. Un terremoto de muchos grados en cualquier escala política, que deja un panorama más que complicado, apenas mitigado porque a pesar de todo, los grandes partidos europeos todavía resisten, pero ya no son lo que eran.
Los resultados españoles de las elecciones europeas son un galimatías más que complicado. El llamado y denostado bipartidismo -PP y PSOE-, tras soportar una durísima campaña en contra sufre y sufre mucho. Los dos grandes partidos se quedan a las puertas del 50% de los votos, que es mucho, pero también mucho menos que el casi 80% que obtuvieron en los comicios anteriores. Varapalos para PP y PSOE, pero diferentes. El PP, a pesar de todo, salva los muebles, lo que tampoco le garantiza el futuro. El PSOE, al margen de su excepción andaluza, naufraga con todo el equipo y el batacazo de Elena Valenciano como candidata es histórico. El electorado español, el que ha acudido a las urnas -apenas un 45%- ha basculado con fuerza hacia la izquierda, todavía más, hacia una izquierda extrema y un tanto antisistema, que recuerda a experimentos como el chavista de Venezuela, con el aplauso de radicales y profetas televisivos varios.
En resumen, terremoto europeo y español, viraje hacia los extremos y un futuro incierto, muy incierto, porque las nuevas fuerzas políticas emergentes tampoco ofrecen alternativas creíbles más allá de la denostación de quiénes ahora gobiernan en Europa y en España. Tiempos difíciles.
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