Musa Qa´lah
Lo primero que se aprende en una zona de conflicto es que nadie es inmune. Nadie es inmortal y, por supuesto, que las bombas no distinguen entre civiles, soldados o periodistas. Dicho esto… es posible que el momento más duro para un soldado sea tener que asistir al funeral de un compañero caído, de un amigo o de un ‘hermano de armas’. Tiempo tuvo la oportunidad de presenciar uno de los momentos de mayor intimidad entre los soldados y al que pocas personas tienen acceso. El homenaje a los caídos en combate.
La inmensa explanada, que normalmente tiene como finalidad el estacionamiento de los blindados, esta mañana tiene otra misión muy distinta. Poco a poco los marines del 3 Batallón 2º Regimiento van llegando hasta este solar y recogen uno de los folletos que son entregados por varios compañeros. En la portada, la foto de un soldado risueño vestido con el uniforme de gala… en el reverso se puede leer una pequeña biografía del soldado. “El sargento Jason Rogers falleció en Musa Qa´lah el pasado 7 de abril a los 28 años. Nacido en Brando, Mississippi, el 9 de abril de 1982…”, reza el escrito.
A pesar del intenso calor y de la hora, la una de la tarde, todos los marines que se encuentran en la base central de Musa Qa’lah van ocupando las sillas que se han colocado para la ocasión. Al fondo del recinto hondean las banderas de Estados Unidos y del Cuerpo de Marines mecidas por una tímida brisa que llega desde la rivera del cercano río. Por unos rudimentarios altavoces comienza a sonar el himno de la nación y todos los presenten se cuadran y saludan mientras varios de los compañeros del caído colocan delante de las banderas su rifle, sus botas, su casco y sus placas de identificación…
El silencio inunda la explanada cuando finaliza la música. “El sargento Rogers murió creyendo en lo que hacía”, afirma en su discurso el teniente coronel Dixon, responsable del Batallón. “El sargento Rogers perdió la vida por culpa de un IED colocado por la insurgencia en el sur del distrito de Musa Qa’lah (Provincia de Helmand), se encontraba patrullando con su pelotón cuando el soldado que comandaba la columna pisó una mina. Rogers corrió en su ayuda con la mala fortuna que pisó otra mina… “, afirma el teniente coronel.
Tras él, todos los compañeros del soldado van subiendo a un improvisador atrio desde donde recuerdan a su amigo. Algunos no pueden terminar el discurso porque se les entrecorta la voz. Al término del funeral varios soldados se acercan hasta el lugar donde descansan el rifle y el casco del soldado caído para presentarle sus respetos. Nadie habla. Caras serias. Es el recordatorio de una guerra que no se detiene. En Afganistán, todos los días cae un soldado en combate- en lo que llevamos de 2011 han fallecido cerca de 170 soldados de la Alianza Atlántica- y un número ingente de civiles… pero claro, los civiles no cuentan y no le importan a nadie.
“Es el segundo funeral al que asisto. Es lo más duro de la guerra… enfrentarte a la muerte de una persona que conocías”, afirma el cabo Villalobos. “La primera vez fue por un amigo que murió en Afganistán por el disparo de un francotirador mientras estaba en una shura con varios ancianos de una aldea. El día que lo asesinaron nuestro Batallón recibido la orden de venir a Afganistán así que tengo ese día grabado a fuego en la memoria. Pero lo peor fue cuando tuve que acercarme a su mujer a darle el pésame. Estaba embarazada de gemelos…”, sentencia.
Comentarios recientes