El laberinto español y una reforma de la Constitución
El eje del poder se mueve a toda velocidad y ya no está donde solía. ¿Dónde está España?
En demasiadas ocasiones dibujamos una realidad estanca, como si no hubiéramos aprendido todavía que los Estados dejaron hace mucho tiempo de ser soberanos en multitud de facetas que atañen a la gestión pública. Un dato: de las 150 economías más grandes del mundo 80 son grupos multinacionales. Ochenta consejos de administración con más presupuesto que la mayoría de los países del globo. El eje del poder se mueve a toda velocidad, y puede arrollarnos. Estados Unidos recobra protagonismo aupado por el autoabastecimiento energético y su impacto en la mejora de la competitividad. Nada que ver con el elevado precio que paga la mayoría de países europeos para garantizarse el suministro de gas y petróleo.
Norteamérica mira hacia otros lados, Asia y América Latina. El apretón de manos entre Barack Obama y Raúl Castro es mucho más que un esperanzador gesto. Se está dibujando una nueva geoestrategia en el que fuera patio trasero de Estados Unidos, convertido ahora en una prioridad política y comercial que abrirá el campo de juego provocando una feroz competencia. Las grandes empresas españolas deberán estar muy atentas si no quieren perder pie. Y el Gobierno ha de acompañar, como ha hecho con Cuba, a pesar de los desplantes. La intervención española en el proceso que culminará con el fin de las hostilidades entre La Habana y Washington, en coordinación con Bruselas, ha sido discreta, pero eficaz. Los primeros presos políticos ya están en casa, y a no mucho tardar veremos desaparecer del Código Penal cubano el delito de “denigrar a la revolución”. Paso a paso.
Refundar Europa. Entre tanto, el Viejo Continente sigue su lenta pero decidida decadencia, con Alemania como único gendarme económico y serias dudas sobre el aguante de Grecia y la conveniencia de mantener durante demasiado tiempo políticas monetarias expansivas que pudieran inducir a los alumnos más atrasados a ralentizar las reformas pendientes. Europa va camino de una nueva refundación de la que podrían descolgarse algunas unidades. Atentos a las elecciones del 7 de mayo en el Reino Unido, acaso la puntilla del europeísmo en las islas si David Cameron repite en solitario, o en compañía de otros –¿quizá los eurófobos del UKIP?–, en el 10 de Downing Street, y cumple la electoral y electoralista promesa de convocar un referéndum para decidir la permanencia de Gran Bretaña en la Unión Europea.
Junto a las británicas, serán las españolas (municipales, autonómicas y generales, con la incógnita catalana pendiente de resolución) las citas electorales más trascendentales del año en Europa. Por su influencia en el conjunto. Se aleja el temor a un cambio brusco en la península ibérica (también se celebrarán generales en septiembre en Portugal), pero hasta el último día nadie va a estar tranquilo.
¿Qué hay de lo nuestro? Tendremos la primera pista muy pronto. Una derrota estrepitosa del Partido Popular en las locales y autonómicas de mayo, no inverosímil, provocaría un terremoto político con más pros (nuevas caras, nuevas formas, refundación del PP…) que contras, pero situaría a España en el limbo económico y político durante un largo semestre. Ya sé que es lo que propaga por tierra, mar y aire Mariano Rajoy, pero la realidad es la que es, la defienda, ya se sabe, Agamenón o su porquero, y ni siquiera la “interpretación arbitraria” que de la cita hizo Rafael Sánchez Ferlosio (“La verdad no es la verdad ni aunque la diga el porquero de los dioses o el dios de los porqueros. Será siempre una sucia invención de mandarines”) sirve en este trance para edulcorar los previsibles efectos de un largo periodo de inestabilidad.
Lo curioso del caso es que Rajoy lleva tres años intentando evitar este momento. Ha rechazado sistemáticamente cualquier reforma que incorporara el menor riesgo político, usufructuando la debilidad del PSOE como argumento de peso para no mover ni un dedo en las materias pendientes. Un ejemplo ha sido el frustrado intento de un sector del PP de convencer al presidente de la conveniencia de pactar con la oposición, “ahora que estamos a tiempo”, una cuidadosa reforma constitucional. Desde hace meses Rajoy guarda en un cajón un documento en el que se reescriben 41 artículos de la Carta Magna, Corona y financiación de Cataluña entre ellos (ya hablaremos de esto más adelante); un borrador que no es solo de reforma, sino también, y sobre todo, de necesaria actualización de normas que atañen a materias tan dispares como las citadas, derechos y libertades, o la puesta al día de relevantes materias que han de ser armonizadas con los tratados de la Unión Europea (14 artículos de los 41). Habrá que esperar. Aunque puede que sean otros lo que asuman la tarea.
Hasta aquí puedo llegar. Me dejo en el tintero otras cuestiones y riesgos que van a marcar nuestro futuro: el papel del norte de África, la amenaza yihadista, mucho más real y cercana de lo que imaginamos… Tiempo habrá de desgranarlos en esta nueva etapa.
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