El hombre de azúcar
Sin querer, nos hemos acostumbrado a que el arte se mide en números: la pregunta siempre empieza con “cuánto”.
El 8 de julio toca en Barcelona Sixto Rodríguez. Es su único concierto en España. Y solo puedo darles un consejo: vayan a verlo.
Los que hayan visto el documental Searching for Sugar Man ya conocen la surrealista historia de este trovador de Detroit: sacó solo dos discos a principios de los años setenta y nadie le hizo el menor caso. Su productor pensaba que sería el nuevo Bob Dylan. Pero la crítica lo ignoró. Las radios le dieron la espalda. Y las ventas… Bueno, digamos que la gente no se arrancaba el disco de las manos. Tras su segundo fracaso absoluto, la discográfica rompió su contrato. Quizá no era el momento para un artista así. Quizá era demasiado político. O quizá todo lo contrario, y los arreglos de sus canciones suenan demasiado a José Feliciano. Muy probablemente, ni su apellido hispano ni su tez mexicana eran los correctos para triunfar en los Estados Unidos. Por lo que fuera, Rodríguez desapareció de escena. En cierto modo, ni siquiera llegó a ella.
Y sin embargo, en Sudáfrica, a miles de kilómetros de América, la gente comenzó a escucharlo. Sus retratos de injusticia social conectaron con las inquietudes de una sociedad que luchaba por tumbar el apartheid. Sus himnos a la libertad sexual animaron a una juventud sedienta de ideas nuevas. En 1980 ya era un artista de culto. Para cuando Mandela llegó a la presidencia, Rodríguez había vendido medio millón de discos. Lo curioso es que los sudafricanos lo daban por muerto. Por el país circulaban todo tipo de leyendas sobre su suicidio. Según una de ellas, Rodríguez había quemado su casa con él dentro. La industria discográfica sudafricana –y por cierto, la americana– no era especialmente formal, y ya se sabe que a la gente se la busca con más ímpetu para cobrar que para pagar. Así que Sudáfrica siguió consumiendo la música de este supuesto suicida sin que él mismo se enterase.
¿Y dónde estaba él? Trabajaba como obrero en reformas de interiores en Detroit. Se apuntaba a todas las manifestaciones políticas. Y una vez se postuló a la alcaldía de la ciudad. Quedó en el puesto 109. Los sudafricanos tardaron casi treinta años en descubrir que el cantante seguía vivo. Y a finales de los noventa, un cincuentón Rodríguez comenzó a hacer giras de estrella de rock en ese país. Luego volvía a Detroit y seguía trabajando en la construcción. El documental Searching for Sugar Man recogió su historia y ganó el Oscar en el año 2012.
No nos engañemos: la música de Rodríguez fascinará sobre todos a los fans de los setenta y de la canción contestataria. Pero a mí no me gusta ninguna de las dos cosas, y llevo dos semanas sin dejar de escuchar I wonder.
Quizá lo que me fascina es lo que representa. Sin querer, nos hemos acostumbrado a que el arte se mide en números: cuánto vendes, cuántos premios tienes, cuánta gente va a tus conciertos, la pregunta siempre empieza con “cuánto”. En cambio, Rodríguez nos recuerda que la música es una botella arrojada al mar, que a veces remonta corrientes y mares durante años hasta encontrar quién la abra.
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