El cartel, electoral
Un hecho insólito ha ocurrido en Cataluña, pues un subproducto de la burguesía ha llegado a convertirse en lo que hoy conocemos como Artur Mas. Cuentan que en una ocasión le preguntó alguien a Juan Belmonte: “¿Cómo un banderillero ha llegado a ser gobernador civil?”. Y cuentan, también, que el maestro contestó: “Degenerando, degenerando”. Pues eso, que la política ha degenerado a la misma velocidad que el bello arte del cartelismo, por poner un ejemplo que le va al caso. La política representada, no la política como actividad de y para lo público, que sigue siendo esencial. Por eso asustan los frankensteines que la habitan. Mas es uno de ellos, pero hay otros. Porque la independencia es un pretexto para dar miedo, podía haber sido cualquier otra cosa que funcionara en los telediarios de La 1, que es algo así como decir el cajón de las polillas del fascismo. Espero con curiosidad los carteles de las catalanas y de las generales. Hay expertos que sugieren el abandono de estas prácticas publicitarias, que todo está en las dichosas redes: a ver quién es el primero que se atreve a no salir a la calle con vallas y carteles 70×100 para pedir el voto. Espero esa foto de Mas esclerótico, de Albiol esculpido, y de Rajoy, como acostumbra, espástico. Sánchez, Rivera, Garzón e Iglesias se parecerán a sí mismos, sin claroscuros. Y en el mientrastanto, los pobres socialistas catalanes piensan que algún día fueron algo: quizás Carme Chacón debería volver a la docencia en Miami o en Cornellà.
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