Dilema del 28-S
28 de Septiembre de 2010 | Begoña Gómez
El trabajador A se levantó ayer, puso la radio y escuchó a un representante de los pequeños empresarios hablar sobre la huelga. Pensó que lo que decía era razonable pero algo le chirriaba, incluso le chocó eso de que “la huelga no se notaría en las ciudades pequeñas”, como si fuese una cosa de las capitales, como los atascos y el Corte Inglés. A continuación habló un portavoz de la gran patronal y le distanció todavía más. Pero su confusión no se aclaró cuando les tocó el turno a los sindicatos. Llegó al trabajo, habló con un compañero que tenía decidido parar mañana y le pareció que tenía toda la razón del mundo. La reforma laboral es intolerable y quién iba a pensar que la aprobaría Zapatero, le dijo. “Compro”, pensó. Claro que después habló con otro que iba a ir a trabajar mañana y también le pareció cargado de razón. Me quitan un pastón de la nómina y no estoy para alegrías, le dijo. Cierto, yo tampoco. Además, la huelga llega tarde y mal y los sindicatos a ratos parecen hacerla contra la oposición (los vídeos) y con la boca pequeña (la famosa “putada” para el Gobierno). Abrió una web ultra -crean vicio- y vio que informaban sobre los restaurantes caros que frecuenta Cándido Méndez, quien a su vez lo desmintió en La noria. Le pareció un nivel tan burdo de descalificación que volvió a alinearse mentalmente con los huelguistas. No era ni la hora del bocata y ya le dolía la cabeza de tanto bandazo.
Por la tarde le llamó su hermano en paro (los días se le hacen eternos a partir de las cinco).Él no tenía elección.
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