Dientes, dientes
Hace unos días el PP agitó las cabezas de sus principales líderes en un desayuno, y el cóctel resumen de dicho acto fue una sonrisa. Todos al unísono. Y lo hacían como si ese traje que es España no se deshiciera por cada una de sus costuras.
Solo se sonríe así, exhibiendo unos dientes apretados por la mandíbula, cuando uno se instala en la ignorancia forzosa o en el cinismo. También destaca que la inmensa mayoría del PP tenga la dentadura alineada, lo que indica de dónde vienen sus dueños. Porque a dónde van no lo saben ni ellos.
La Organización Mundial de la Salud ha hecho una fotografía a Europa que retrata a una población envejecida –eso ya lo deducíamos–, cuyas diferencias a causa de la crisis amenazan con convertirse en un abismo. De hecho, hay viejos sin euros para pagarse la dentadura postiza, mientras otros poseen una loable apariencia de cincuentones y lucen implantes en todo su cuerpo, además de en la boca.
No hay parte de la anatomía más ligada al dinero que los dientes.
A unos enriquecen y a otros empobrecen; pero además diagnostican la clase social mejor que la ropa o el barrio. Ellos sí que no mienten, sobre todo desde que Amancio Ortega uniforma al país.
En Zaragoza un odontólogo ha arrancando la prótesis a una paciente disconforme con su factura, pues resultó superior al presupuesto que, al parecer, habían pactado ambos. El doctor además demostró ser un actor de primera, capaz de embaucar a la clienta para que se sentara dócilmente en la butaca y abriera la boca a su merced. Una vez en el patíbulo le arrancó de cuajo el invento.
Hace menos de un año otra dentista, polaca para más señas, dejó a su ex sin dientes tras haberse ido con otra. Retorcida ella, sí, aunque muy incauto él por no desconfiar de una mujer herida.
Es difícil imaginar otra especialidad médica tan vengativa. Cuesta creer que un cardiólogo extirpe el stent implantado a un recién operado, por muchos pleitos que tengan pendientes. O el traumatólogo la escayola a un fracturado, si busco ejemplos de patologías externas y bien visibles.
—¡Qué burrada! Esta factura es un dineral. ¿Me quiere sacar el hígado?
—Si no la abona, desde luego –diría un médico inmisericorde.
Esta desvariada excepción no implica que los odontólogos sean unos peseteros, pero la concurrencia de su trabajo denota cuándo abundan las perras y cuándo faltan. Hubo un tiempo en que este país soñó con una estomatología gratuita, gracias a la cual los niños usarían aparatos de ortodoncia sufragados por la sanidad pública. Mientras llegaba o no la decisión del gobierno de turno, y puesto que la economía andaba alegre, los padres se animaron a someter las piezas dentales de sus hijos a los correctivos correspondientes. No fuera a pasarles lo mismo que a ellos, que en lugar de dentadura poseían un drama.
Antes de esto, y salvo genéticas excepciones, el vulgo no tuvo dientes, sino piños. En cambio, los cachorros de las clases pudientes alineaban los suyos a golpe de talonario.
Qué bien marchábamos con todas aquellas sonrisas llenas de brackets, incluso habiendo cumplido los cuarenta, en un ejemplo de democracia igualitaria sin parangón. Pero se acabó la fiesta odontológica.
En tiempos del PP toca seguir con los piños.
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