De la pelota de Messi a las chirucas de Calleja
17 de Febrero de 2009 | Daniel R. Caruncho
Me encanta Jesús Calleja. Cada domingo me pego a la tele para ver qué Desafío extremome propone desde Cuatro. Y nunca salgo defraudado ( pero sí exhausto).
Calleja es una bestia parda televisiva, un imán para el telespectador: la cámara le quiere, y él se deja querer. Nació en León, pero por lo visto eso se le quedó pequeño enseguida y hace tiempo que se dedica a dar tumbos por el mundo en busca de montañas imposibles, desiertos interminables y océanos sin fondo.
Me encanta Calleja, decía, porque es un tipo que se nota que disfruta con lo que hace. Contemplar sus garbeos por la Antártida es como ver a Leo Messi jugando a fútbol o como escuchar la trompeta de Miles Davis. Calleja es un artista en lo suyo, porque -aunque a veces peca de vacilón y de excesivo autobombo- sabe transmitir al espectador la pasión que siente por su ídem.
Este domingo, por ejemplo, se propuso llegar a la cima del Sangay, un volcán activo situado en la frontera de la selva amazónica ecuatoriana de los Andes. Barro, lluvia, niebla, mosquitos, lobos, pedruscos. Nada frenó a Indiana Calleja, el tipo de mirada limpia que siempre-siempre- siempre sonríe.
Me encanta Calleja, decía; pero, eso sí, más admiro al equipo técnico que le acompaña. Escalan las mismas montañas y bucean en los mismos océanos que la estrella del programa, pero se contentan con inmortalizar las proezas de su jefe.
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