Cristales tintados
26 de Noviembre de 2010 | Espido Freire
En una semana Soledad Puértolas se ha convertido en académica, y Ana María Matute ha pasado a engrosar la lista de los Premios Cervantes. Habrá quien quiera verlo como un logro femenino, y por tanto, quien mezclará la buena salud de la literatura escrita por mujeres con la falta de reconocimiento de las mujeres que la escriban. Quienes se escandalicen por la avanzada edad a la que se otorgan méritos que hubieran debido llegar antes. Quienes se regocijen sin más por los éxitos de dos escritoras que han leído y seguido, con las que se han ilusionado o frente a las que han guardado cola por una firma.
Une a las dos una visión lúcida y despiadada de una sociedad que ha decidido ocultarse tras cristales tintados. También la apuesta abierta por la ficción pura, cada cual en su mundo. Les une la elegancia y la gracia personal, la habilidad para la trama y los personajes inolvidables. El respeto y la generosidad hacia otros autores, y una visión personalísima del sufrimiento y la injusticia. Sin duda, parte de estas virtudes son fruto de la madurez: y nadie puede olvidar los 20 años de silencio de Ana María, y lo que eso limitó (y abonó) su carrera. Pero aún así, qué extraño país éste que aguarda para homenajear a los supervivientes, si llegan, y no al reconocimiento de los méritos. Estos eran, en el caso de Soledad y de Ana María, casi idénticos hace 10 años. Los hubieran disfrutado con la misma intensidad. Otros, otras, se han quedado por el camino sin premios ni justicia. Mientras sonreía con la alegría de la Matute pensaba en ello.
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