Los controladotes aéreos, una vez más, vuelven a tener rehenes a millones de personas. Los trabajadores por cuenta ajena quizá más privilegiados y mejor pagados de Europa están estresados, es decir, de los nervios. De golpe, muchos de ellos y de ellas enferman, sobre todo por ansiedad, y dejan de hacer su trabajo sin previo aviso. Presentan sus certificados médicos y las bajas correspondientes. Todo, en principio, de acuerdo con las normas. Lo que nadie se cree, y los ciudadanos afectados por los retrasos de los aviones mucho menos, es que una tercera parte de los controladores de un turno determinado en cualquier aeropuerto estén indispuestos de repente y al mismo tiempo. Huele mal, muy mal. Hace unos meses, el ministro de Fomento José Blanco anunció y puso en marcha, de forma moderada y gradual, una normativa que reducía algunos de los privilegios de los controladores. Sobre todo, se reducía bastante el dinero que percibían por sus horas extraordinarias de trabajo. A pesar de todo, muchos controladores conservan salarios superiores a los 300.000 euros anuales, sí, 300.000 euros anuales. El chollo era tan grande que muchos jóvenes, sobre todo algunos que habían realizado estudios relacionados con la aeronáutica y sabían inglés, decían sin rodeos que querían hacer las oposiciones de controlador porque se trataba de un empleo, con poco trabajo, muchas vacaciones y sueldos espectaculares. Los controladores, en teoría, encajaron hace unos meses con poco ruido la bajada del importe de sus retribuciones por horas extraordinarias. Acostumbrados a porfiar con todos los Gobiernos de la democracia, y ganar casi siempre, aparentaron aceptar los cambios que impulsaba José Blanco. Es evidente que no se resignaron y que preparaban algo. Tenía que llegar y ha llegado, como siempre, cuando más duele, en plena temporada estival y de vacaciones. Su objetivo, como tantas veces, es crear tal malestar social que el Gobierno de turno tenga que avenirse a pactar con ellos. Ahora es posible que se trate del último pulso de los controladores españoles al Gobierno de turno. José Blanco ha puesto los medios para que, en el futuro, nunca más puedan volver a tener rehén a toda una sociedad. Si Blanco y el Gobierno resisten, ganarán y el problema pasará a la historia. En otro contexto y hace treinta años, es lo que hizo Ronald Reagan. Ante una huelga salvaje de controladores, los despidió a todos. Nunca volvió a plantearse el problema. Incluso, con el tiempo, volvió a contratar a algunos de los despedidos, pero con otras condiciones, claro.
Los controladores españoles se quejan de estrés, de soportar mucha tensión. Quizá también tenga razón el ministro cuando sugiere que convendría que los controladores se sometieran otra vez a las pruebas de idoneidad para saber si están capacitados para soportar las tensiones de su trabajo. Hasta ahora, con horas extraordinarias cobradas a precio de oro, no parecían haber tenido problemas. Los controladores, nadie lo duda, tienen mucha responsabilidad. Una parte de la seguridad aérea está en sus manos, como ocurre desde hace décadas. Durante años ha habido casos aislados, pero nunca una epidemia de estrés. En su trabajo tienen que soportar mucha tensión que hace que su actividad profesional sea dura y sacrificada. Bien mirado, la profesión de minero, por ejemplo, también es estresante y dura, además de arriesgada, como demuestra la historia. También otras muchas, desde la de ama de casa de familia numerosa con pocos recursos, a la del oficinista mileurista con jefe déspota, sin olvidar otras muchas: guardia de circulación, asistente técnico sanitario de urgencias o conductor de autobús de servicio público urbano, por citar unas cuantas. Lo sorprendente es que mientras entre los controladores parece haberse declarado una epidemia de estrés, nunca ha habido una similar en ninguno de los otros colectivos citados. ¿O es que la mina no estresa? Una vez más, los controladores contra todos. Quizá sea la última vez. Ya han abusado durante bastantes años.
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