César Molinas
Hace dos semanas, César Molinas saltó a los titulares como la cara más visible de un grupo de intelectuales que pedían una nueva ley de partidos. Está convencido de que los actuales no son capaces de marcar el rumbo que nos saque de la crisis. Por eso presentó el miércoles su libro ¿Qué hacer con España?
“Los partidos políticos son instituciones donde no cabe el debate”
En su manifiesto se critica que no haya democracia en los partidos.
Es necesario que los partidos, en lugar de ser una tapadera para una olla al fuego, sean el alambique capaz de destilar las mejores propuestas que surgen de ese hervor. Y no ocurre. Los partidos políticos son instituciones donde curiosamente no hay debate político. Hay mucho más debate en la calle. Ninguno de nuestros grandes partidos ha conseguido ofrecer una respuesta a la crisis, ni siquiera se han parado a pensarla. Es necesario abrir debates sobre distintas opciones, como los minijobs. Tenemos seis millones de parados de los cuales la mayoría no va a volver a trabajar.
Sin embargo, son ellos mismos los únicos con autoridad para cambiar la ley.
Hay que insistir mucho desde la sociedad civil. Los partidos españoles están pensados para no cambiar. Responden a una apuesta por la estabilidad durante la Transición. Se decidió dar mucho poder a las cúpulas de los partidos y hacer una ley de partidos que no dice nada. Eso es lo que pretendemos cambiar. Es necesario que, en lugar de segar el debate interno, los partidos lo fomenten. Somos una democracia deliberativa, pero hay que tomarlo en serio.
Pero en España la aparición de disidencias se asocia a problemas de partido.
Es cierto, pero en realidad todo debate se extinguió en la década de los 80. Ahora el PP tiene unos problemas internos muy serios y además le faltan ideas. Y los socialistas, aunque quizás menos descompuestos con la corrupción, arrastran la crisis de identidad que la caída del Muro de Berlín provocó a la socialdemocracia.
¿Tenemos peores políticos que antes?
Yo creo que sí, al menos con peor capacidad de liderazgo. Más corruptos, no lo sé, pero sin liderazgo, seguro. Un dirigente debe decidir a dónde quiere ir y estirar de la sociedad hacia allí.
¿Cree que Mariano Rajoy o Alfredo Pérez Rubalcaba tienen clara esa dirección?
No, ninguno de los dos sabe hacia dónde ir.
La situación que pinta es dramática.
Por eso clamamos para que se reformen los partidos. Es una condición necesaria. Si no se reforman los partidos no habrá nada más. El cambio político lo deben liderar los partidos políticos. Sin ellos, no hay debate.
¿Teme que en España aparezca un partido antipolítico al estilo del de Beppe Grillo?
No es probable. La sociedad española está esperando que alguien le explique qué ha pasado y a dónde tenemos que ir. Eso es algo que Beppe Grillo no ha hecho en Italia. Nosotros necesitamos instituciones capaces de digerir la crisis y hacer una propuesta al país de cómo vamos a salir. Si no, la ley de la gravedad nos lleva a la argentinización: instituciones viciadas y sin nadie con legitimidad para explicar las cosas como sí se hizo en la Transición.
¿Qué piensa cuando oye en la calle el grito de “no nos representan”?
Ese es el grito de Beppe Grillo. Pero los partidos sí que nos representan. El problema es que nos representan mal.
Alguna vez ha vinculado descentralización a corrupción. ¿Se ratifica?
No hay necesariamente una relación causa-efecto. La Constitución de 1978 es en algunos aspectos muy similar a la de 1931. No hay una organización territorial del Estado. Se menciona que hay nacionalidades y que habrá autonomías, poco más. Se improvisó. Lo que Cataluña o País Vasco pedían era “ser”. Y el que busca “ser” busca ser distinto de los demás. Y nos hemos inventado 17 autonomías sin sentido. ¿Todo eso lleva a la corrupción? No, pero ahora es necesario contar con los barones territoriales y todo lo que conlleva.
No habla de corrupción, ¿pero sí de clientelismo?
Usemos las palabras oportunas. No es clientelismo, es el caciquismo puro y duro de toda la vida. Mucha gente se lleva las manos a la cabeza cuando yo hablo del tamaño de la clase política, pero es que solo en empresas, organismos y fundaciones públicas, pongamos unas 5.000 con 50 empleados por cada una, son 250.000 empleados a dedo. Son mecanismos para ocupar a los tuyos, como las cesantías de la época de la Restauración. Cuando cambia el Gobierno de turno, cambian. Esa estructura es lo que debemos erradicar.
¿Hasta dónde cree que llegará el proyecto independentista de CiU y ERC?
El principal problema es que están vendiendo un proyecto político, pero no uno nacional, de futuro e integrador. Los independentistas están negando representatividad a quienes no están de acuerdo. No existe ese proyecto necesario. Ni siquiera saben para qué quieren ser independientes. Lo dejan para el día después. Así no lo van a conseguir.
También ha propuesto un cambio en la ley electoral.
Sí. Propongo exactamente lo que planteó el PP en Madrid. Una mayoría de las circunscripciones uninominales y luego una bolsa para corregir la proporcionalidad y que no queden fuera minorías importantes. Ese es el sistema francés y el sistema alemán y no les va mal.
Le voy a copiar la pregunta. ¿Qué hacer con España?
Lo más importante es crear un Plan Marshall de mejora del capital humano del país. Hemos estado décadas mejorando las infraestructuras con ayudas procedentes de la UE. Eso ya está hecho. Ahora hay que enfocarse al capital humano, es decir, potenciar la educación primaria y secundaria, la formación profesional y la enseñanza universitaria. Necesitamos mejorar en innovación, desarrollo y emprendimiento. En todo ello España está con un retraso muy considerable y hace que nuestra productividad sea sensiblemente más baja. Si esa brecha no se cierra, el euro no podrá funcionar. Mientras teníamos la peseta recuperábamos la competitividad devaluando periódicamente la moneda. Ahora no podemos.
¿Qué peso tiene la crisis institucional en la económica?
Parte de esos déficits estructurales vienen de nuestro sistema institucional. Como explico en el libro, la crisis es producto de la falta de adaptación de España a dos cambios de nuestro entorno. El primero se produce por sorpresa en 1989 con la caída del Muro. Ese hito abre la globalización no solo económica sino cultural, de las telecomunicaciones, del transporte… Plantea unos retos formidables. Pero el segundo, la entrada en el euro, no nos pilló por sorpresa. Hemos tenido dos décadas para prepararnos para la flexibilización de los mercados. El nuestro no lo es y, como no ha podido ajustar vía salarios, lo ha hecho a través de la pérdida de empleos. Alguien que haga en Alemania lo mismo que hace un polaco, o cobra lo mismo que el polaco o pierde su puesto. Y no solo tenemos que competir con polacos, sino con rusos, chinos, etcétera.
¿Piensa que podríamos salir del euro?
Si la cosa sigue empeorando vamos a salir del euro.
¿Y qué consecuencias tendría?
Malísimas. Para empezar, lo que comentaba antes: una argentinización de la economía. El problema es que no lo podremos evitar. Además, perderíamos los estímulos que ahora tenemos para emprender reformas.
Dentro o fuera del euro, el escenario para las clases medias es desolador.
Es que la clase media, tal y como la entendemos en Europa, tiene los días contados por la globalización. La globalización nos mata, pero al mismo tiempo está alimentando a mil millones de chinos que están progresando. En 1950 la mitad de los habitantes del mundo vivía con menos de un dólar al día. Ahora es uno de cada siete. Eso también es producto de la globalización. Pero su desarrollo, hay que admitirlo, nos dificulta a nosotros la vida. Los beneficiados son miles de millones y los perjudicados, países ricos como España.
Está hablando de muchos españoles condenados a la pobreza.
Por eso es necesario repensar el Estado del bienestar. No puedes atacar ese problema a base de subvenciones, como hacen por ejemplo en Marinaleda, trabajando dos meses al año. Por ejemplo, podríamos tomarnos en serio la ley de dependencia y reciclar a gente. Pero hacemos lo contrario. A quien se ha reciclado le echamos porque no hay dinero para mantener la ley de dependencia. El problema es que esto exige un plan a una generación vista. Si no tienes un plan acabas andando en círculos.
¿No debería afectar más a países más ricos, como Alemania?
Claro, pero ellos se han ajustado. Hay diez millones de habitantes que solo saben hacer lo que los chinos, pero cobran en función de esa cualificación. La única salida es a largo plazo. Hacer cosas que no puedan hacer los chinos. Lo que nos puede diferenciar es la creatividad, el emprendimiento, la educación, la ciencia…
Pero aquí recortamos en educación e I+D+i.
Sí. Mi libro es un grito de dolor contra esas políticas.
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