Cerca y lejos
En los toros, muchas audacias no corresponden más que a una pura preocupación de efectos visuales. Aunque tenga apariencia de toreo, no todo lo que se hace con el toro es toreo por el hecho de que tenga matices plásticos y valerosos, tal y como ocurre con un toreo hoy muy practicado: el encimismo.
Este en el toreo de antes y de ahora puede ser tolerable en el novillero que empieza su carrera profesional, pone ganas, empeńo, quiere aprender y llegar a costa de cualquier precio; pero el encimismo practicado por matadores de alternativa no pasa, en mi opinión, por ser un recurso de mala ley, del que hacen uso los toreros mal dotados para comprender y realizar una obra artística.
Los grandes y buenos toreros –usted y yo, lector, tenemos en la memoria muchos nombres– no han practicado nunca esa manera de hacer. Para demostrar que se tiene valor, no es necesario hacer caso omiso de las distancias, y si suprimimos éstas, las posibilidades de torear bien quedan excluidas. Colocado el cuerpo entre los pitones del animal y el engańo retrasado, se puede hacer muy poco, o nada, para conjugar el movimiento de la muleta con la embestida del toro, para que éste siga una trayectoria que se parezca al toreo.
El encimismo, lo saben incluso aquellos que lo practican como recurso, tiene muy poco que ver con el toreo. Y se diga lo que se quiera, lo primero que hay que hacer en los ruedos cuando se viste traje de luces es torear.
Cuando las suertes del toreo se ejecutan de verdad surge un raro juego de emociones y peligros, de habilidades y gestos, y tal conjunto levanta el ánimo, fluyen las sensaciones y el apasionamiento.
Vamos…, creo yo.
*Comentarista
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