Cataluña o el secuestro de la política
Diez muertos por legionella en Barcelona en poco más de un mes. Una lúgubre realidad –otra más– tapada por el proceso independentista.
La deriva independentista de una parte significativa de la sociedad catalana no es ninguna ficción, aunque sí lo sean algunas de las causas que la han originado y, desde luego, la mayoría de los efectos benéficos que proclaman los partidarios de la secesión. No tiene en cambio nada de ficticio el inacabable bucle en el que el monolítico discurso del independentismo ha enredado a muchos catalanes. En Cataluña asistimos al secuestro de la política. A la ocultación de preocupantes realidades que son aplastadas por el sillar megalítico de un ensueño tan aparentemente atractivo como engañoso e incierto; por una estrategia, la hasta ahora conjunta de Artur Mas y Oriol Junqueras, que boquea en la orilla a la que ha sido empujada por un tacticismo insostenible. Pongamos un ejemplo.
El contagio por ébola de la enfermera Teresa Ramos ha provocado un explicable maremoto social y político en el conjunto de España. Se ha pedido –y se pide– con justificable insistencia la dimisión de la ministra de Sanidad y el consejero del ramo de la Comunidad de Madrid. En dos importantes municipios de la provincia de Barcelona, Sabadell y Ripollet, la legionella ha ocasionado en el último mes y medio diez víctimas mortales. Los afectados por esta bacteria rondan ya el medio centenar, pero el responsable de Salud de la Generalitat, Boi Ruiz i García, no hizo hasta hace una semana acto de presencia en el Parlament para dar explicaciones acerca de una de las crisis sanitarias más graves de la historia de Cataluña. Ningún muerto –crucemos los dedos– contra diez. Una enorme crisis de confianza en el sistema público de salud y duras críticas a la tardía reacción del Gobierno de la nación, frente al desinterés de ciudadanos y medios de comunicación sobre los fallecidos en esas dos localidades barcelonesas. Diez muertos a los que casi nadie ha prestado atención porque el foco estaba puesto en el último regate de Artur Mas para salvarse a sí mismo. Un escándalo, el del olvido, del que todos somos en parte culpables, pero lo son más aquellos que han construido un espejismo para ocultar la cruda realidad y las deficiencias de su gestión. En Cataluña, la política, entendida como la forma global de atender los problemas de los ciudadanos, está hace mucho en franca retirada. Como el de la legionella, hay decenas de ejemplos de ásperas realidades tamizadas por el proceso soberanista.
Una Cataluña en la que los actores principales empiezan a enseñar sus cartas. Ya no queda más remedio. Y van a lo suyo. Artur Mas buscando una salida en forma de elecciones plebiscitarias, camuflado en una lista única que permita a su partido evitar lo inevitable: el derrumbe de una Convergència que tras el caso Pujol tiene pánico a dar la cara en solitario y que no encuentra repuesto a un president sobrepasado y más dispuesto a tirar la toalla de lo que a simple vista parece; a abandonar la política. Ya estuvo cerca de dar el paso en agosto. Demasiada presión; demasiada carga en sus estrechas espaldas. ¿Y Oriol Junqueras? Pues a seguir jugando a no ser el malo de la película, a no romper el espejo cóncavo hasta que no quede más remedio, que será probablemente cuando Mas le plantee como condición la lista única. Esquerra no es CiU; es un partido asambleario, y no será fácil convencer a sus militantes de la conveniencia de compartir papeleta con su enemigo natural, con la formación que siempre han considerado el eje de la corrupción en Cataluña. Y aún menos después de conocerse la fortuna oculta de los Pujol. Lo acaba de confesar Joan Tardá: “Nuestro gran mérito es haber enterrado el nacionalismo”. Por este y otros motivos (como las dudas que plantea la irrupción de Podemos), a ERC no le interesan unas elecciones anticipadas, aunque Junqueras aguante el tipo para no dejar caer todavía a Mas. Pero la hoja de ruta de Esquerra pasa por reforzar su posición en el poder local y desde ahí organizar el asalto definitivo. Veremos si el president se presta al juego o echa mano de su última carta: dar un paso atrás y abrir una vía de diálogo con Rajoy para ofrecer a los catalanes una salida digna a este atolladero.
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