Brown hace campaña en Irak
David Beriain, enviado de ADN.es a Irak , analiza la retirada de las tropas británicas de Irak anunciada por el primer ministro británico
Más que otra cosa, el anuncio de Brown es un gesto de cara a la galería. O más bien a sus electores. Un guiño ante la más que probable convocatoria de comicios el mes próximo en el Reino Unido. Política interna escenificada en el caos de Basora.
Para empezar, la retirada de 500 de esos 1.000 soldados ya estaba prevista. Para seguir, añadir otros 500 militares no es más que seguir con el programa previsto. Un programa marcado por las necesidades políticas de los laboristas, no por la situación real de la guerra. Porque la cruda realidad, la realidad sobre el terreno que me cuentan los amigos que dejé en el sur de Irak, es que Basora no está preparada para la retirada ni para nada. Diga lo que diga Brown o Al Maliki.
Me explico: Basora, la segunda ciudad del país, no está controlada por las fuerzas de seguridad iraquíes. Ni ahora ni en el futuro que quiere imaginar Al Maliki para dentro de dos meses. Basora es territorio de las milicias chiíes, del Ejército del Mahdi de Moqtada al Sadr y de las brigadas leales a Abdelaziz al Hakim, que se disputan el poder a tiros y ante la mirada de los soldados británicos. La policía y el Ejército iraquíes son, en el mejor de los casos, espectadores privilegiados de la lucha. En el peor, cómplices de la matanza, milicianos vestidos de uniforme.
Las milicias han creado en el sur de Irak un Estado dentro del Estado. Los ciudadanos dependen de ellos para garantizarse su seguridad y satisfacer los servicios básicos. Gasolina y comida incluidas. El Gobierno de Al Maliki sólo es una referencia lejana e inútil. Las calles se pueblan de carteles donde aparecen los mártires de cada uno de los grupos, junto a las fotos de sus líderes. Un culto a la muerte y un clientelismo que recuerda al Hezbolá del sur del Líbano.
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Pero la decisión está tomada y el Reino Unido está en proceso de salida de Irak. Estados Unidos se quedará solo en unos meses, intentando lidiar con la guerra civil desatada en Bagdad y con la todavía enorme presencia de Al Qaida en todo el centro y norte del país, en provincias como Diyala y Salahadín. Y ahora también tendrá que tener un ojo en el sur.
Hasta ahora, los norteamericanos hacen distinción entre Al Qaida y el Ejército del Mahdi. A los primeros solo cabe matarlos, cuanto antes mejor. No hay negociación posible. Con los segundos, Estados Unidos cree que puede hablar de política y de concesiones, entre otras cosas porque no tiene suficientes soldados para permitirse una guerra abierta contra los dos grupos. Pero esa permisividad con el brazo armado de Al Sadr le está dando alas, le deja seguir creando su Líbano con el respaldo cada vez más descarado de Irán. Almacena tanto poder que hasta su propio líder tiene problemas para controlarlo. Y en algún momento eso se va a volver en contra. Washington se va encontrar que tiene la retaguardia del sur descubierta.
Lo que pase en los próximos meses en Basora va a ser todo un tubo de ensayo para Estados Unidos. La retirada británica va a marcar el precio exacto de las decisiones militares tomadas con criterios electorales, decididas en el frente doméstico más que en los cuarteles generales. Puede que entonces demócratas y republicanos se den cuenta en Washington de la carnicería que pueden provocar en Irak si pretenden sacar a sus soldados demasiado pronto. Por ganarse unos cuantos votos.
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