El personal futbolístico está deprimido por el fin de una era. Nuestros chicos (los del fútbol) llevan toda la temporada haciendo el acordeón y han llegado a Brasil sin fuelle.
No voy a insistir sobre el particular, hay millones de comentaristas a punto de irse al paro, al psiquiatra o pasarse al baloncesto. Ahora hay un Real Madrid-Barcelona (el playoff de la liga) y después del primer partido parece que andan con lo justo (aviso, lo siguiente que viene es el mundial de Baloncesto, aquí, en España).
Menos mal que tenemos a los chicos de la NBA, descansados y con ganas. Pau Gasol este año no ha ganado nada excepto el derecho a elegir equipo para la temporada que viene (el 1 de julio comenzará a escuchar ofertas). Un equipo que le viene de perlas es el de San Antonio, otro año más, brillantes campeones ante Miami del insuperable Lebrón James que lloró su derrota ante una pandilla de veteranos comandados por Tim Duncan, Manu Ginobili y Tony Parker que entre los tres suman más de cien años de inteligentes decisiones.
¿Saben que la música más característica de San Antonio, es la del acordeón? Entre mis favoritos Flaco Jiménez y Steve Jordan.
El acordeón es un invento del diablo
Lo sabemos porque cuando llegó a América todos los obispos y las gentes piadosas estuvieron de acuerdo de que el instrumento servía para la lujuria y la fiesta. En Louisiana cosa de “cajunes” francófonos que llegaron huidos del Canadá y acabaron al borde de los pantanos y que acabaron prestando las teclas a sus vecinos negros que lo transformaron en “zydeco”. En Dominicana el merengue, en Haiti el minijazz, en Colombia cumbias y vallenatos, en Puerto Rico la plena, en en la frontera de México con Estados Unidos música norteña, y al norte, en Texas, le acabaron llamando regional (ahí te quedas San Antonio). Y al sur, en el cono, se transformó en bandoneón que acabó de tango en el Río de la Plata. Actualmente la cumbia tiene más apellidos de los que un hipster es capaz de recordar.
Los obispos tenían razón al alzar su voz contra las maneras en las que el acordeón era utilizado, aquel era un invento que nació para que las parroquias pequeñas tuvieran un órgano chiquitito para elevar las plegarias a los cielos. El de la fiesta no era su destino y nació la leyenda de Francisco “el Hombre”, el mejor dotado, que fue retado en un cruce de caminos por el representante del averno. El Hombre se olió la tostada y cuando escuchó semejante prodigio (imaginamos un John Coltrane del acordeón) comenzó a interpretar el padrenuestro del revés. Su victoria fue jalonada por el tufo del azufre maléfico.
La cumbia está de moda y lo sabemos porque nacen festivales como el Guacamayo que programan a un gigante del asunto, el mexicano de Monterrey, Celso Piña. En su aparición en el Guacamayo Festival y el personal se lanza a bailar de doscientas maneras posibles, una moza sostiene el vuelo de la falda y gira sobre si misma como una peonza a ritmo de vals, más allá una minifaldera hace contratiempos con cada curva y cada golpe de tambor. Hay varones barbudos que lo hacen al estilo Tarantino, lanzan los pasos de cualquier manera pero nada borra el aire de felicidad bailable que inunda la sala Penélope. Una juerga que ha convocado a celebridades como Víctor Coyote que ya en los años de la movida era un asiduo a los locales de latinos de la ciudad.
Celso le dedicó a su amigo Gabo una melodía sobre Macondo, no era fácil desentrañar las letras con un sonido como de feria. La muchachada llevaba la lección aprendida de casa y se las sabían todas. Sonaron “los caminos de la vida” una cumbia filosofal. Reinterpretó su alianza con Café Tacuba y demostró ser el rey de los sonideros con “cumbia sobre el río” y “cumbia poder”composiciones que llevaron a la edición argentina de Rolling Stone a llamarlo “el Eddie Van Hallen del acordeón”.
Comentarios recientes