Todo arreglado. O no. Ni mucho menos. Las bolsas seguramente no se hundirán. Los analistas verán cómo las cosas comienzan a ir mejor. Pero la economía occidental ha abierto una veda que tiene difícil la fecha de caducidad. Dejar que la banca se infecte y después meter dinero a saco para salvarla no parece el mejor método pedagógico para los gestores bancarios implicados en las quiebras.
Es verdad que ha habido clientes osados que han pedido hipotecas sin tener la seguridad de que podrían pagarlas. Pero han puesto la casa por delante. Si no pagan, se quedan sin techo. Pero, ¿qué pasa con quienes han concedido esas hipotecas? ¿qué ocurre con quienes han certificado que los paquetes de hipotecas que circulaban por el mercado eran fiables? ¿Qué les pasará a los directivos de bancos que han crecido montados en una burbuja? De momento, parece que, en el mejor de los casos, una bajada de sueldo que tampoco les llevará a la ruina.
¿Es moral salvar a los bancos y dejar que los particulares pierdan sus casas? Al fin y al cabo, el dinero de esos particulares, vía impuestos, va a servir para salvar a los bancos que en elgún momento pueden embargarles. Es verdad que el sistema no puede permitir que todo el andamio se caiga. Pero también es verdad que hay que repartir el esfuerzo. Si se aplica el dinero público a salvar bancos, que por lo menos sus gestores paguen las consecuencias.
Veamos como evolucionan las cosas en EEUU y en Europa, donde también comienza a haber incendios. El capitalismo, tal y como lo hemos conocido, está herido de muerte, al menos a corto plazo. ¿Seremos capaces por una vez de poner barreras a las prácticas que utilizan la libertad de mercado para cosas que no tienen nombre?
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