Atemoriza que algo queda
14 de Diciembre de 2011 | Ángela Becerra
Estoy en la caja de un supermercado, haciendo cola para pagar tres tonterías, y delante una mujer de unos 40 años, de ceño fruncido y mirada amargada, de repente, sin ton ni son, agarra con fuerza de su cazadora tejana a un niño de no más de seis años y empieza a reprenderlo con franca alevosía. Se diría que es su madre, aunque más bien parece la bruja de Blancanieves en el momento de máxima crueldad. Lo zarandea energúmena mientras le enumera no sé cuántas amenazas, a cual más terrible, si no deja dos chocolatinas que acaba de coger para que ella se las compre. A mí, desde mi condición de simple observadora, me dan verdaderas ganas de coger a la susodicha y sacudirla, como mínimo el doble de veces, y enumerarle los castigos que tendrá si sigue maltratando a su amado vástago; de llamar a la policía para que se la lleve ante un juez y la condene o la encierren de una vez y para siempre en un manicomio.
Sorprende que los que dicen llamarse especialistas en miedos tengan tan poco estudiadas algunas técnicas que utilizan los padres para educar a sus hijos. Estos mismos padres son los que, una vez han destrozado a sus vástagos, luego pagan a psicólogos o psiquiatras para que arreglen lo que con tan ferviente cotidianidad ellos han estropeado. Esos mismos padres son los que, de tanto amedrentar día tras día, creen que han logrado educar maravillosamente, porque el hijo, aconductado en el temor, termina convertido en un chico dócil y “bueno”. ¡Felicidades! Acaban de regalarle a la sociedad otro maltratador.
Señoras y señores: es imposible amar a quien se teme.
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