Algunos hombres solos
El burofax zanjó treinta años de entrega a la empresa. Es verdad que el runrún era que el negocio daba los últimos estertores pero su natural disposición al optimismo le llevaba a confiar en sus jefes. Algunos hombres gastan destrezas inusuales en las peores guerras, como Rajoy convocando elecciones en pleno diciembre, vaya.
Salió a la calle adormecido por el despido hasta que una lengua de frío le cobijó bajo la marquesina de un portal. De repente había llegado el otoño. En su vida y en la calle.
-¿Está usted bien? –preguntó una mujer que abandonaba el edificio.
-Estoy digiriendo una mala noticia.
-No me malinterprete, pero si perdiera peso le costaría menos hacer las digestiones. Se lo digo por experiencia: yo pesaba ochenta kilos y míreme ahora hecha un sílfide. ¡Piénselo, eh!
La mujer se perdió entre los viandantes y él hizo lo mismo en dirección contraria. Pasados unos minutos, a su izquierda emergió un parque y resolvió deambular por él; al fin y al cabo nadie le esperaba en casa. Se sentó en un banco, frente a unos niños que subían y bajaban por el tobogán, y tras ojear los periódicos que acababa de adquirir encendió un cigarrillo. En su cabeza se agolparon escenas de su día a día en el trabajo: sus esfuerzos por ordenar las estadísticas de ventas; las fatigas para subir hasta la última planta cuando se estropeaba el ascensor; su mesa de formica con el cactus que le habían regalado sus compañeros…
-¿No le da vergüenza el ejemplo que da a los niños? –un chillido le desperezó de golpe.
-¿Perdón?
-Fumar donde hay niños pequeños. ¡Unos trabajando por la salud y gentuza como usted arruinándonos la vida!
-Yo ya la tengo arruinada, señora.La tristeza se hizo más tupida y rompió a llorar avergonzado. Antes de derrumbarse había parado en un quiosco y había pedido un periódico de anuncios por palabras. “Eso no existe ya”, aclaró el quiosquero, quien le explicó que la gente buscaba empleo por internet, no a través de las ofertas de trabajo de la prensa escrita. “A lo sumo en las páginas salmón”. A su lado, sobre el banco, reposaban los periódicos económicos que le había sugerido el trabajador en los que no había nada que se ajustara a su perfil. No le hacía falta contactar con cualquiera de las referencias para saber cuál sería la respuesta, dado que en todas solicitaban una fotografía reciente –“Sé que pedimos experiencia contrastada pero usted no es el perfil que buscamos”–. Las empresas requerían currículums extensos a menores de treinta años y él había dedicado su vida laboral al mismo empleador. Cuando el cielo se encapotó y la lluvia amenazaba con calarle salió del parque y tomó un autobús. Le dolían los pies, las rodillas y el terco ahogo se volvía insoportable.
-¿Fuma usted? –le interrogó el señor del asiento de al lado.
-¿Disculpe?
-Soy médico y no puedo evitar diagnosticar incluso en el transporte público. Observo que se fatiga y también que le sobran algunos kilos.-No es el mejor momento para dejarlo.
-Si su mujer le ayudara quizá…
-Estoy solo –cortó.
El médico abrió la boca y la cerró. Estuvo a punto de decirle que la soledad era una epidemia, según la OMS, más que la obesidad. Pero no se atrevió.
Comentarios recientes