Al borde de la indigencia moral
Junto a las grandes catástrofes y los crímenes morbosos, los únicos acontecimientos capaces de captar nuestra atención en un mundo sísmico, la crisis nos va dejando el acompañamiento de un reguero interminable de dramas individuales que enhebrados unos con otros nos retratan como una sociedad al borde de la indigencia moral, gobernada exclusivamente por criterios de carácter economicista, cuando no de grosera contaduría.
En el mismo país en el que no hace mucho se subvencionaban con fondos públicos cursos de risoterapia, hoy se regatean unos pocos euros a enfermos crónicos que, como Carmen, han de superar el suplicio de viajar lejos de su lugar de residencia para recibir el tratamiento que requiere su ya de por sí agotadora enfermedad. En el mismo país donde se construyeron aeropuertos sin aviones y carreteras sin vehículos, que hoy nos abochornan por un dispendio propio de nuevos e inconscientes ricos, resulta que no hay presupuesto suficiente para instalar una unidad de radioterapia en un centro hospitalario de nueva construcción. En el mismo país donde a los autónomos se les cobra por adelantado el IVA, se tardan hasta dos años en abonar al ciudadano las ayudas del Estado, haciendo verdad aquello de que la burocracia es algo que encuentra un problema para cada solución.
Como advirtió Raghuram G. Rajan (Grietas del sistema), ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional y en la actualidad director del Banco Nacional de la India, “los beneficios de la atención médica universal asequible van más allá de la salud física y moral de la sociedad; se hacen extensivos a la salud económica del país”.
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